En el acto de homenaje celebrado en las Cortes de Aragón el pasado día 25, en nombre de las dos entidades organizadoras, Rolde de Estudios Aragoneses y Amical de Mauthausen, intervinieron Vicente Pinilla y Josep Mª San Martín. Como representante institucional participó el secretario segundo de las Cortes de Aragón, Sr. Alfonso Vicente, También tomaron la palabra representantes de diferentes colectivos de víctimas y se encendieron varias velas en su recuerdo.
El
delegado de la Amical en Aragón me ha remitido el contenido de sus palabras que
fueron las que siguen:
Vicente Pinilla, Alfonso Vicente y Josep Mª San Martín |
En los campos
nazis se produjeron dos fenómenos extremos y opuestos. Por una parte, los nazis
intentaron convertirlos en los lugares más inhumanos a base de embrutecer,
hasta extremos insospechados, la dignidad de las personas. Por otra parte, los
deportados respondieron con un espíritu de solidaridad entre ellos que no dudó
en poner en peligro la propia vida para mejorar las posibilidades de salvar la
de los compañeros/as.
Es conocido el
caso que explicaba Primo Levi sobre su compatriota Lorenzo Perrone. Este hombre
durante seis meses se jugó la vida para proporcionarle una lata de sopa que le
sirviera de suplemento alimenticio. Lorenzo recogía los restos de sopa entrando
a altas horas de la noche en la cocina de Auschwitz y recogiendo las migajas
que quedaban en las perolas. Es un ejemplo que nos conmueve por su sencillez:
jugarse la vida durante seis meses para robar unos restos de sopa para su
compañero. Sin embargo, Primo Levi siempre se mostró convencido que aquel gesto
de su compatriota le había salvado la vida en Auschwitz.
Hubo muchos
Lorenzo Perrone en los campos de la muerte que se jugaron la vida por aliviar
la de sus compañeros. Cada superviviente de los campos nazis tiene
probablemente un Lorenzo Perrone tras él.
Podríamos
recordar muchos de los actos solidarios que nos han transmitido los supervivientes.
En el caso de los deportados republicanos los hay a montones, no sólo entre
ellos, sino también con deportados de otros países. Todavía hoy, al asistir a
los actos que se celebran en Mauthausen anualmente para conmemorar la
liberación del campo, sorprende y emociona ver cómo ante el monumento a los
republicanos españoles, van desfilando para rendirles homenaje delegaciones de
países diversos: franceses, belgas, italianos, checos, serbios, albaneses... Es
un caso único. Un reconocimiento a los actos de solidaridad que los
republicanos españoles protagonizaron en Mauthausen. Una solidaridad que no
sólo ayudó a salvar vidas, sino que contribuyó a salvar documentos que han sido
vitales para conocer la realidad de lo que allí se vivió, como las fotografías que
extrajeron del servicio fotográfico del campo arriesgando sus vidas con la
contribución de una ciudadana de Mauthausen, la Sra. Ana Poitner, que arriesgó
su vida guardando aquellos documentos en su propia casa.
O podemos traer
a la memoria a un conciudadano nuestro, Ángel Sanz Briz, nacido en Zaragoza en
1910. En 1944, cuando Hungría es ocupada por las tropas nazis, él ocupaba el
cargo de embajador de España en Budapest y ante el terrible drama de la
deportación que llevó a más de medio millón de judíos húngaros a los campos de
la muerte, Sanz Briz salvó a muchos de ellos expidiendo pasaportes y
salvoconductos. Defendiendo ante las autoridades nazis que tenían un vínculo
con España por ser sefardíes, aunque muchos de ellos no lo fueran. Les dio
cobijo en casas que contaban con inmunidad diplomática de la embajada de
España. Y cuando él tuvo que abandonar Budapest, un italiano que se hizo llamar
cónsul Perlasca, continuó con esta labor en la embajada de España. Las
autoridades judías les otorgaron a ambos el título de “Justo de las Naciones”
por las numerosas vidas que contribuyeron a salvar del genocidio.
Pero permitidme
que hable aquí de recuerdos de mi propia familia, de mi tío Manolo, un hermano
de mi padre, que sobrevivió a más de cuatro años de infierno en Mauthausen y,
que si pudo sobrevivir, fue gracias a la solidaridad de sus compañeros:
Durante el
invierno de 1942 tuvieron que trabajar a un ritmo más agotador que el habitual.
Tenían que construir una fábrica de armamento en los aledaños del campo. Los
horarios de trabajo iban desde la 4 de la madrugada hasta las diez de la noche
siguiente, casi sin interrupciones, con temperaturas de más de 20º bajo cero. En estas condiciones
mi tío cayó enfermo, sangraba al toser. Un diagnóstico de tuberculosis habría
sido su condena inmediata. Aquella enfermedad contagiosa producía pánico a los
nazis y la eliminación de estos enfermos era la práctica habitual en la
enfermería de Mauthausen.
Un doctor de
origen austriaco se jugó la vida para hacerle una radiografía en los equipos de
radiología de los SS. Tuvieron que pasarlo hasta allí camuflado en un contenedor
de basura, mientras otro compañero ocupaba su lugar de trabajo en la cantera. Afortunadamente
el diagnóstico no fue el de tuberculosis, pero para curar aquella neumonía, las
medicinas eran escasas y la mala alimentación y las condiciones de trabajo
seguían siendo muy duras. Por eso la red secreta de supervivencia que habían
montado los republicanos en Mauthausen funcionó con mi tío como lo hizo con otros
muchos. Los que tenían acceso a lugares de trabajo, como la cocina, que
permitían robar algunos víveres, los hacían llegar a los compañeros más
necesitados, jugándose la vida o exponiéndose a castigos muy severos. Un poco
de azúcar, unos gramos de mantequilla o de queso, podían aportar unas calorías
suplementarias que ayudarían a salvar muchas vidas. Y si no había suficiente,
los más fuertes cedían una pequeña parte de su mísera ración: una cucharada de
sopa, un trozo de pan… una migaja que sumada a muchas migajas ayudaban a los
compañeros más débiles.
Estas pequeñeces
aportaban algo más de calorías al cuerpo, pero sobre todo contribuían a mejorar
la fuerza del espíritu, el estado de ánimo. Sentir este soporte anímico en un
entorno tan hostil era de cabal importancia para recuperarse, para seguir
sintiendo ganas de sobrevivir.
Miles y miles de
deportados sobrevivieron a aquel infierno gracias a actuaciones solidarias
parecidas. Acciones que, en sí mismas nos pueden parecer hoy pequeñas, de
magnitud insignificante, pero que alcanzan una grandeza extraordinaria tanto
por el riesgo que corrían los que las hacían, como por las dificultades que tenían
que superar para llevarlas a cabo.
Es muy fácil sacar conclusiones de la historia
cuando se conoce el desenlace, juzgar el riesgo de las dificultades teniendo
sólo el momento presente como referencia. Pero hay que situarse en aquellos
lugares de degradación de la condición humana para valorar realmente cada uno
de aquellos pequeños actos heroicos de resistenci. ¿Qué haríamos nosotros?... ¿Cómo podemos valorar hoy
nuestros actos de resistencia, de
solidaridad, de heroísmo en la sociedad que vivimos?
Como escribió
Primo Levi: “Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido
puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de
nuevo, las nuestras también. Por ello, meditar sobre lo que pasó es deber de
todos”
Un
resumen del acto en la Aljafería se puede seguir en la nota publicada en la web
de las Cortes:
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