viernes, 1 de febrero de 2013

CORTES DE ARAGÓN: intervención del delegado de la Amical


En el acto de homenaje celebrado en las Cortes de Aragón el pasado día 25, en nombre de las dos entidades organizadoras, Rolde de Estudios Aragoneses y Amical de Mauthausen, intervinieron Vicente Pinilla y Josep Mª San Martín. Como representante institucional participó el secretario segundo de las Cortes de Aragón, Sr. Alfonso Vicente, También tomaron la palabra representantes de diferentes colectivos de víctimas y se encendieron varias velas en su recuerdo. 

El delegado de la Amical en Aragón me ha remitido el contenido de sus palabras que fueron las que siguen:

Vicente Pinilla, Alfonso Vicente y Josep Mª  San Martín
En los campos nazis se produjeron dos fenómenos extremos y opuestos. Por una parte, los nazis intentaron convertirlos en los lugares más inhumanos a base de embrutecer, hasta extremos insospechados, la dignidad de las personas. Por otra parte, los deportados respondieron con un espíritu de solidaridad entre ellos que no dudó en poner en peligro la propia vida para mejorar las posibilidades de salvar la de los compañeros/as. 

Es conocido el caso que explicaba Primo Levi sobre su compatriota Lorenzo Perrone. Este hombre durante seis meses se jugó la vida para proporcionarle una lata de sopa que le sirviera de suplemento alimenticio. Lorenzo recogía los restos de sopa entrando a altas horas de la noche en la cocina de Auschwitz y recogiendo las migajas que quedaban en las perolas. Es un ejemplo que nos conmueve por su sencillez: jugarse la vida durante seis meses para robar unos restos de sopa para su compañero. Sin embargo, Primo Levi siempre se mostró convencido que aquel gesto de su compatriota le había salvado la vida en Auschwitz. 

Hubo muchos Lorenzo Perrone en los campos de la muerte que se jugaron la vida por aliviar la de sus compañeros. Cada superviviente de los campos nazis tiene probablemente un Lorenzo Perrone tras él.

Podríamos recordar muchos de los actos solidarios que nos han transmitido los supervivientes. En el caso de los deportados republicanos los hay a montones, no sólo entre ellos, sino también con deportados de otros países. Todavía hoy, al asistir a los actos que se celebran en Mauthausen anualmente para conmemorar la liberación del campo, sorprende y emociona ver cómo ante el monumento a los republicanos españoles, van desfilando para rendirles homenaje delegaciones de países diversos: franceses, belgas, italianos, checos, serbios, albaneses... Es un caso único. Un reconocimiento a los actos de solidaridad que los republicanos españoles protagonizaron en Mauthausen. Una solidaridad que no sólo ayudó a salvar vidas, sino que contribuyó a salvar documentos que han sido vitales para conocer la realidad de lo que allí se vivió, como las fotografías que extrajeron del servicio fotográfico del campo arriesgando sus vidas con la contribución de una ciudadana de Mauthausen, la Sra. Ana Poitner, que arriesgó su vida guardando aquellos documentos en su propia casa.

O podemos traer a la memoria a un conciudadano nuestro, Ángel Sanz Briz, nacido en Zaragoza en 1910. En 1944, cuando Hungría es ocupada por las tropas nazis, él ocupaba el cargo de embajador de España en Budapest y ante el terrible drama de la deportación que llevó a más de medio millón de judíos húngaros a los campos de la muerte, Sanz Briz salvó a muchos de ellos expidiendo pasaportes y salvoconductos. Defendiendo ante las autoridades nazis que tenían un vínculo con España por ser sefardíes, aunque muchos de ellos no lo fueran. Les dio cobijo en casas que contaban con inmunidad diplomática de la embajada de España. Y cuando él tuvo que abandonar Budapest, un italiano que se hizo llamar cónsul Perlasca, continuó con esta labor en la embajada de España. Las autoridades judías les otorgaron a ambos el título de “Justo de las Naciones” por las numerosas vidas que contribuyeron a salvar del genocidio. 

Pero permitidme que hable aquí de recuerdos de mi propia familia, de mi tío Manolo, un hermano de mi padre, que sobrevivió a más de cuatro años de infierno en Mauthausen y, que si pudo sobrevivir, fue gracias a la solidaridad de sus compañeros: 

Durante el invierno de 1942 tuvieron que trabajar a un ritmo más agotador que el habitual. Tenían que construir una fábrica de armamento en los aledaños del campo. Los horarios de trabajo iban desde la 4 de la madrugada hasta las diez de la noche siguiente, casi sin interrupciones, con temperaturas  de más de 20º bajo cero. En estas condiciones mi tío cayó enfermo, sangraba al toser. Un diagnóstico de tuberculosis habría sido su condena inmediata. Aquella enfermedad contagiosa producía pánico a los nazis y la eliminación de estos enfermos era la práctica habitual en la enfermería de Mauthausen.

Un doctor de origen austriaco se jugó la vida para hacerle una radiografía en los equipos de radiología de los SS. Tuvieron que pasarlo hasta allí camuflado en un contenedor de basura, mientras otro compañero ocupaba su lugar de trabajo en la cantera. Afortunadamente el diagnóstico no fue el de tuberculosis, pero para curar aquella neumonía, las medicinas eran escasas y la mala alimentación y las condiciones de trabajo seguían siendo muy duras. Por eso la red secreta de supervivencia que habían montado los republicanos en Mauthausen funcionó con mi tío como lo hizo con otros muchos. Los que tenían acceso a lugares de trabajo, como la cocina, que permitían robar algunos víveres, los hacían llegar a los compañeros más necesitados, jugándose la vida o exponiéndose a castigos muy severos. Un poco de azúcar, unos gramos de mantequilla o de queso, podían aportar unas calorías suplementarias que ayudarían a salvar muchas vidas. Y si no había suficiente, los más fuertes cedían una pequeña parte de su mísera ración: una cucharada de sopa, un trozo de pan… una migaja que sumada a muchas migajas ayudaban a los compañeros más débiles. 

Estas pequeñeces aportaban algo más de calorías al cuerpo, pero sobre todo contribuían a mejorar la fuerza del espíritu, el estado de ánimo. Sentir este soporte anímico en un entorno tan hostil era de cabal importancia para recuperarse, para seguir sintiendo ganas de sobrevivir. 

Miles y miles de deportados sobrevivieron a aquel infierno gracias a actuaciones solidarias parecidas. Acciones que, en sí mismas nos pueden parecer hoy pequeñas, de magnitud insignificante, pero que alcanzan una grandeza extraordinaria tanto por el riesgo que corrían los que las hacían, como por las dificultades que tenían que superar para llevarlas a cabo. 

Es muy fácil sacar conclusiones de la historia cuando se conoce el desenlace, juzgar el riesgo de las dificultades teniendo sólo el momento presente como referencia. Pero hay que situarse en aquellos lugares de degradación de la condición humana para valorar realmente cada uno de aquellos pequeños actos heroicos de resistenci. ¿Qué haríamos nosotros?... ¿Cómo podemos valorar hoy nuestros actos de  resistencia, de solidaridad, de heroísmo en la sociedad que vivimos?

Como escribió Primo Levi: “Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo, las nuestras también. Por ello, meditar sobre lo que pasó es deber de todos” 

Un resumen del acto en la Aljafería se puede seguir en la nota publicada en la web de las Cortes:


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