Julián Centelles durante la Guerra |
En la documentación que sobre Julián Centelles, su tío, había
recuperado en diferentes archivos franceses figuraba una copia del listado del
convoy en que había sido deportado a Mauthausen desde el stalag XI-A y, en ella, Julián figuraba relacionado con el nombre
de Ladruñán. Habiendo nacido en la provincia de Castellón pregunté a Alejandro
su relación con esta pequeña localidad del Maestrazgo turolense fronteriza con
Ejulve, mi pueblo. La cara de Alejandro cambió por la sorpresa. Nuestra charla
transcurría utilizando el catalán y ninguno de los dos podíamos sospechar un
origen común en una tierra añorada y tan querida: sus abuelos junto a sus hijos
(entre los que se encontraba su madre) se habían trasladado durante la
República desde su localidad de origen, el Portell de Morella, al Latonar, un
barrio de Ladruñán. Allí se dedicaron al cultivo de unas tierras, y fue el
lugar donde vivieron la Guerra y la posguerra y sus consecuencias. Esperanzas,
temores y represalias se entrecruzaban con historias de maquis y de supervivencia.
Alejandro me habló de la propiedad que su abuelo tenía en los Villasecos, una
partida de Ejulve lindante con Cuevas de Cañart, y su resistencia para
venderlas al Patrimonio Forestal, cuando el Estado compró las tierras
colindantes para plantar pinos en los años 60 y recordó, con orgullo, haber
divisado desde algún vuelo la única finca que todavía se cultiva entre los
pinos plantados en aquella época y para él sigue siendo un ejemplo del carácter
resistente de su abuelo. Todo un símbolo en una época donde fue muy difícil sustraerse
a la presión del Estado hacia los masoveros y propietarios de la zona.
Alejandro, un amigo más de la amplia familia de la deportación
republicana, me ha transmitido un relato sobre su tío Julián, parte del cual
transcribo a continuación:
Situación de El Latonar sobre el río Guadalope |
Mis abuelos maternos, Bernardo
Centelles Piquer y Miguela Guarch Moles, se mudaron desde Portell de Morella
(Castellón) hacía Latonar (Teruel) en el año 1935, junto con sus hijos Julián,
Perfecto y mi madre Cremencia debido a que el abuelo Bernardo se sintió
amenazado por problemas de tierras con gente importante de Portell de Morella.
Latonar era una aldea-barrio
del pueblo de Ladruñán, perteneciente a su vez al partido de Castellote, en
pleno Maestrazgo turolense. Por aquel entonces, Latonar tenía sus casas
habitadas con sus explotaciones agrícolas y ganaderas orientadas al consumo
propio de subsistencia, típico de la época. Sus cinco casas y un par de
corrales constituyen su única calle que acababa en una espléndida fuente bajo
una higuera. Ese manantial cumplía su múltiple función de fuente, de lavadero
de ropa y vajilla, de abrevadero de animales, así como de regadío de las
huertas colindantes. Latonar, ubicada en la falda de una abrupta caída hacia el
cañón del río Guadalope, se encuentra abandonada bajo escarpadas aristas habitadas
por águilas, buitres, jabalíes, zorros, etc… se sigue llegando tan solo por camino
de herradura o senderos de montaña. Me sigue costando hablar en
pasado sobre Latonar, pero debe hacer unos cuarenta años que mis tíos y primos
dejaron de vivir allí. Tenemos mi hermana Teresa y yo el recuerdo juvenil de
Latonar en su apogeo, como una especie de jardín con sus árboles frutales,
todos sus campos y huertos en terraza perfectamente cuidados, caminos
pedregosos pero también laderas de blanda hierba, blancas eras de paja, sombras
de olivos y chopos, y el frescor de la fuente como epicentro de la aldea.
Casa de la familia Centelles Guarch en El Latonar |
Julián -el hijo mayor de mis
abuelos- partió como soldado republicano a la guerra civil con 18 años y cruzó
a finales de la contienda hacia Francia como refugiado de la diáspora
republicana. Recientemente hemos sabido que en 1939 estuvo interno, como
refugiado, en el campo de Agde en cuyas listas aparece como sargento. Creemos
que desde allí debió incorporarse a la 109ª Compañía de Trabajadores
Extranjeros que reforzaba las defensas de la línea Maginot en la Alsacia, ante
la posible invasión del ejército alemán. En junio de 1940 justo una semana
después de la invasión nazi de Paris, Julián cayó prisionero de los nazis en
Delle, ciudad fronteriza con Suiza. No sabemos si estuvo a punto de escapar o
fue retornado por los suizos. Tras estar preso en el campo de prisioneros ´Frontstalag
140' en Belfort (Francia) fue transferido en enero de 1941 al campo de
prisioneros alemán 'Stalag XI-A' en Altengrabow, y posteriormente en abril de
1941 al campo de concentración nazi de Mauthausen, donde se le adjudicó la matrícula
4960. No sabemos si trabajó en la famosa
cantera o qué trabajos tuvo que realizar, pero el 20 de octubre fue transferido
con un grupo exclusivo de 957 españoles al campo aledaño de Gusen. En ese fatídico mes de noviembre de 1941
casi novecientos republicanos españoles, y entre ellos Julián, fueron
exterminados e incinerados en Gusen. Julián pereció el 7 de
noviembre a la edad de 22 años.
Creo que se puede considerar que Julián vivió desgraciadas experiencias
vitales como soldado, refugiado, prisionero y deportado para su liquidación. En
consecuencia, Julián vivió mucho en el corto intervalo de sus cuatro últimos
años de vida, tuvo que madurar y adaptarse a situaciones degradantes y
humillantes en ámbitos y culturas extranjeras con lenguas y mentalidades
extrañas, viendo morir a compañeros de forma deshumanizada antes de que le
llegara a él su turno.
Me resulta penoso imaginar, más allá del atroz sufrimiento físico y
psicológico que le condujeron a una muerte cruel e infame en Mauthausen-Gusen, la
creciente añoranza y el sentimiento de nostalgia de los suyos que Julián tuvo
que padecer (nunca le fue permitido escribir ni siquiera una carta) en su
desesperación ante el horror nazi al que se enfrentaba y adivinando su propio
final que fue paulatinamente descubriendo. Sufrimiento que sobrellevó en
paralelo a la infinita pena de sus padres Bernardo y Míguela y sus hermanos
Perfecto y Cremencia, su familia que en su rincón del Maestrazgo tuvo que
aprender a vivir con un vacío irreversible ligado a una guerra desconocida,
incomprensible y lejana. Creo que el único consuelo que nos puede quedar radica
en la certeza de que los abuelos Bernardo y Miguela, así como sus hermanos
Perfecto y Cremencia nunca supieron el ’cómo’ del final de Julián, pues por sus
comentarios siempre dedujimos que ellos pensaban que su hijo y hermano había
‘tan solo’ muerto en la «guerra de Alemania». Creo en particular que a su
madre, nuestra abuela Míguela fallecida en 1962 (a quien todavía pude besar
hasta mis siete añitos), le hubiera resultado insoportable conocer el verdadero
final de su hijo Julián.
Debían ser muchas las tareas en
la casa de los abuelos para que a pesar del trabajo de los hermanos Perfecto y
Cremencia, la ausencia de Julián tras acabar la guerra no se echase en falta. Hubo
un maqui huido de apodado Lo Rabós que se escondió en Latonar ayudando a mi
abuelo en las tareas agrícolas. Por otra parte, debido a que mi tío Julián nunca volvió a Latonar tras la guerra civil,
la guardia civil sospechaba que él pudiese estar escondido o huido, actuando
posiblemente como maqui por la comarca del Maestrazgo, concretamente por los
escarpados terrenos y cuevas de la comarca circundante a Latonar, donde él se
había criado. Por ello, a veces se presentaban los guardias de improviso
en Latonar con el propósito de encontrarlo. Los abuelos Bernardo y Míguela
tuvieron que sufrir esa denigrante situación sabiendo que su hijo Julián estaba
muerto, pues ya habían recibido la noticia, comunicada por un compañero soldado
republicano del vecino pueblo de La Mata. El riesgo era mucho y Lo Rabós
debió partir.
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La vista de El Latonar sobre el Guadalope la he tomado de:
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