sábado, 9 de febrero de 2013

CENTELLES GUARCH, Julián: de El Latonar (Ladruñán) a Mauthausen


Julián Centelles durante la Guerra
Durante las pasadas Navidades, aprovechando un viaje a Barcelona desde Bruselas, donde reside, Alejandro Zurita Centelles quedó con Rosa Toran –presidenta de la Amical de Mauthausen-  para compartir los datos y dejarnos copia de la documentación de su tío Julián Centelles Guarch, uno de los deportados republicanos a Mauthausen que hallaron la muerte en Gusen. Al encontrarme yo en la Amical, conocí a Alejandro y me agregué a la conversación. Alejandro iba desgranado los recuerdos familiares, la vida  de sus abuelos y la de su tío desaparecido en Alemania. Se iba dibujando, poco a poco, una historia más de derrota y de memoria transmitida, hasta aquel momento, en el estricto ámbito familiar.  
 
En la documentación que sobre Julián Centelles, su tío, había recuperado en diferentes archivos franceses figuraba una copia del listado del convoy en que había sido deportado a Mauthausen desde el stalag XI-A y, en ella, Julián figuraba relacionado con el nombre de Ladruñán. Habiendo nacido en la provincia de Castellón pregunté a Alejandro su relación con esta pequeña localidad del Maestrazgo turolense fronteriza con Ejulve, mi pueblo. La cara de Alejandro cambió por la sorpresa. Nuestra charla transcurría utilizando el catalán y ninguno de los dos podíamos sospechar un origen común en una tierra añorada y tan querida: sus abuelos junto a sus hijos (entre los que se encontraba su madre) se habían trasladado durante la República desde su localidad de origen, el Portell de Morella, al Latonar, un barrio de Ladruñán. Allí se dedicaron al cultivo de unas tierras, y fue el lugar donde vivieron la Guerra y la posguerra y sus consecuencias. Esperanzas, temores y represalias se entrecruzaban con historias de maquis y de supervivencia. Alejandro me habló de la propiedad que su abuelo tenía en los Villasecos, una partida de Ejulve lindante con Cuevas de Cañart, y su resistencia para venderlas al Patrimonio Forestal, cuando el Estado compró las tierras colindantes para plantar pinos en los años 60 y recordó, con orgullo, haber divisado desde algún vuelo la única finca que todavía se cultiva entre los pinos plantados en aquella época y para él sigue siendo un ejemplo del carácter resistente de su abuelo. Todo un símbolo en una época donde fue muy difícil sustraerse a la presión del Estado hacia los masoveros y propietarios de la zona.

Alejandro, un amigo más de la amplia familia de la deportación republicana, me ha transmitido un relato sobre su tío Julián, parte del cual transcribo a continuación:

Situación de El Latonar sobre el río Guadalope
Mis abuelos maternos, Bernardo Centelles Piquer y Miguela Guarch Moles, se mudaron desde Portell de Morella (Castellón) hacía Latonar (Teruel) en el año 1935, junto con sus hijos Julián, Perfecto y mi madre Cremencia debido a que el abuelo Bernardo se sintió amenazado por problemas de tierras con gente importante de Portell de Morella.

Latonar era una aldea-barrio del pueblo de Ladruñán, perteneciente a su vez al partido de Castellote, en pleno Maestrazgo turolense. Por aquel entonces, Latonar tenía sus casas habitadas con sus explotaciones agrícolas y ganaderas orientadas al consumo propio de subsistencia, típico de la época. Sus cinco casas y un par de corrales constituyen su única calle que acababa en una espléndida fuente bajo una higuera. Ese manantial cumplía su múltiple función de fuente, de lavadero de ropa y vajilla, de abrevadero de animales, así como de regadío de las huertas colindantes. Latonar, ubicada en la falda de una abrupta caída hacia el cañón del río Guadalope, se encuentra abandonada bajo escarpadas aristas habitadas por águilas, buitres, jabalíes, zorros, etc… se sigue llegando tan solo por camino de herradura o senderos de montaña. Me sigue costando hablar en pasado sobre Latonar, pero debe hacer unos cuarenta años que mis tíos y primos dejaron de vivir allí. Tenemos mi hermana Teresa y yo el recuerdo juvenil de Latonar en su apogeo, como una especie de jardín con sus árboles frutales, todos sus campos y huertos en terraza perfectamente cuidados, caminos pedregosos pero también laderas de blanda hierba, blancas eras de paja, sombras de olivos y chopos, y el frescor de la fuente como epicentro de la aldea. 
Casa de la familia Centelles Guarch en El Latonar

Julián -el hijo mayor de mis abuelos- partió como soldado republicano a la guerra civil con 18 años y cruzó a finales de la contienda hacia Francia como refugiado de la diáspora republicana. Recientemente hemos sabido que en 1939 estuvo interno, como refugiado, en el campo de Agde en cuyas listas aparece como sargento. Creemos que desde allí debió incorporarse a la 109ª Compañía de Trabajadores Extranjeros que reforzaba las defensas de la línea Maginot en la Alsacia, ante la posible invasión del ejército alemán. En junio de 1940 justo una semana después de la invasión nazi de Paris, Julián cayó prisionero de los nazis en Delle, ciudad fronteriza con Suiza. No sabemos si estuvo a punto de escapar o fue retornado por los suizos. Tras estar preso en el campo de prisioneros ´Frontstalag 140' en Belfort (Francia) fue transferido en enero de 1941 al campo de prisioneros alemán 'Stalag XI-A' en Altengrabow, y posteriormente en abril de 1941 al campo de concentración nazi de Mauthausen, donde se le adjudicó la matrícula  4960. No sabemos si trabajó en la famosa cantera o qué trabajos tuvo que realizar, pero el 20 de octubre fue transferido con un grupo exclusivo de 957 españoles al campo aledaño de Gusen. En ese fatídico mes de noviembre de 1941 casi novecientos republicanos españoles, y entre ellos Julián, fueron exterminados e incinerados en Gusen. Julián pereció el 7 de noviembre a la edad de 22 años.

Creo que se puede considerar que Julián vivió desgraciadas experiencias vitales como soldado, refugiado, prisionero y deportado para su liquidación. En consecuencia, Julián vivió mucho en el corto intervalo de sus cuatro últimos años de vida, tuvo que madurar y adaptarse a situaciones degradantes y humillantes en ámbitos y culturas extranjeras con lenguas y mentalidades extrañas, viendo morir a compañeros de forma deshumanizada antes de que le llegara a él su turno.

Me resulta penoso imaginar, más allá del atroz sufrimiento físico y psicológico que le condujeron a una muerte cruel e infame en Mauthausen-Gusen, la creciente añoranza y el sentimiento de nostalgia de los suyos que Julián tuvo que padecer (nunca le fue permitido escribir ni siquiera una carta) en su desesperación ante el horror nazi al que se enfrentaba y adivinando su propio final que fue paulatinamente descubriendo. Sufrimiento que sobrellevó en paralelo a la infinita pena de sus padres Bernardo y Míguela y sus hermanos Perfecto y Cremencia, su familia que en su rincón del Maestrazgo tuvo que aprender a vivir con un vacío irreversible ligado a una guerra desconocida, incomprensible y lejana. Creo que el único consuelo que nos puede quedar radica en la certeza de que los abuelos Bernardo y Miguela, así como sus hermanos Perfecto y Cremencia nunca supieron el ’cómo’ del final de Julián, pues por sus comentarios siempre dedujimos que ellos pensaban que su hijo y hermano había ‘tan solo’ muerto en la «guerra de Alemania». Creo en particular que a su madre, nuestra abuela Míguela fallecida en 1962 (a quien todavía pude besar hasta mis siete añitos), le hubiera resultado insoportable conocer el verdadero final de su hijo Julián.

Debían ser muchas las tareas en la casa de los abuelos para que a pesar del trabajo de los hermanos Perfecto y Cremencia, la ausencia de Julián tras acabar la guerra no se echase en falta. Hubo un maqui huido de apodado Lo Rabós que se escondió en Latonar ayudando a mi abuelo en las tareas agrícolas. Por otra parte, debido a que mi tío Julián  nunca volvió a Latonar tras la guerra civil, la guardia civil sospechaba que él pudiese estar escondido o huido, actuando posiblemente como maqui por la comarca del Maestrazgo, concretamente por los escarpados terrenos y cuevas de la comarca circundante a Latonar, donde él se había criado. Por ello, a veces se presentaban los guardias de improviso en Latonar con el propósito de encontrarlo. Los abuelos Bernardo y Míguela tuvieron que sufrir esa denigrante situación sabiendo que su hijo Julián estaba muerto, pues ya habían recibido la noticia, comunicada por un compañero soldado republicano del vecino pueblo de La Mata. El riesgo era mucho y Lo Rabós debió partir.
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La vista de El Latonar sobre el Guadalope la he tomado de:

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