viernes, 15 de marzo de 2019

MELCHORA HERRERO AYORA: volviendo a casa en el verano de 1922, estrenando carretera


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Melchora Herrero Ayora había nacido, “accidentalmente”, en la masada “Nogueruelas” de Villarluengo, donde vivían sus abuelos y a lo largo de su vida escribió varias obras literarias durante las primeras décadas del siglo XX. Con motivo del 400 aniversario del hallazgo de la Virgen de Montsanto de Villarluengo, en agosto de 1922, se desplazó desde Madrid, hasta su villa natal al haber sido invitada a participar en la conmemoración. Posteriormente dejó escritas sus impresiones de aquella estancia estival en el libro "Mi Patria chica. Recuerdo del IV centenario de la aparición de Nuestra Señora de Monte Santo en Villarluengo”. Pues bien, las primeras páginas (10,11 y 12) las dedica a describir su llegada a la Venta de la Pintada y su trayecto por la carretera que se acababa de abrir hasta Villarluengo, unas líneas que transcribimos a continuación: 

Quedóse a un lado el plan de ir a París, Ávila y Santander por saludar estas queridas y santas montañas.
¡Madrid-Puebla de Híjar-Alcañiz-Alcorisa-Venta de la Pintada-Ejulve-Masía de las Monjas-Molino de las Herrerías-Fábricas-Villarluengo! Este itinerario es el tantos años recorrido con toda serie de incomodidades, hasta que el auto sustituyó a la diligencia y la tartana a la caballería después de terminada la carretera... hasta Villarluengo, la cual ha de prolongarse por La Cañada de Benatanduz a Cantavieja.
Con la consabida tartana nos esperaban ya como otras veces, desde casa, cuando bajamos del auto en la famosa y mísera venta de la Pintada, casa de labranza más que hospitalaria mansión en cuyas entradas y calles se detienen los viajeros para reconfortarse con sus propias viandas, ya que allí poco más que agua y techado puede encontrarse. 
Eran las dos de la tarde cuando llegamos, y prosiguiendo la marcha, aquella noche a las ocho o las nueve cenaríamos en casa. Un airecillo serrano, puro y fresquito nos invitaba a la expedición.
Instaladas en la tartana, llegamos a Ejulve dispuestas a seguir pacientemente sobre el lento rodar por los serpenteos de la estrecha carretera. Unos piadosos amigos que indagaron sobre nuestro viaje el cual yo no comuniqué más que a mi familia, descubrieron el incógnito, y... ¡oh sorpresa! nos salieron al encuentro mandándonos un emisario a la entrada del pueblo desde el campo donde hacían estudios sobre caminos vecinales y carreteras.
El mensajero cariñoso era un simpático y futuro ingeniero joven, talentudo y estudioso, Alfonso Fernán, hijo de uno de los amigos que nos brindó el cambio de la tartana por un magnífico automóvil para evitarnos las molestias que nos faltaban todavía.
¿Quién duda de la elección? ¿Quién no acepta una oferta que yo sabía era sincera? 
Abandonamos la tartana de un salto, siguió ésta con los equipajes y, como nos sobraba tiempo para ir a casa aquella tarde, puesto que el auto llegaría con más rapidez, mientras terminaban nuestros piadosos amigos los trabajos de estudio de aquel día, nos detuvimos en Ejulve; vino el maestro a saludarnos, hablamos de aquellas escuelas y adquirí también noticias sobre el interés que se tomaba por ellas y por todo el distrito su diputado D. Carlos Castel. 
Llegó la hora de utilizar el auto. Se incorporaron en las afueras entre saludos y agasajos nuestros buenos amigos D. Maximino Fernández y D. Vicente Raga, y se deslizó hora y pico amenamente hablando de política y obras públicas, de las buenas gestiones del ingeniero D. José Torán, como alcalde de Teruel, de D. Fernando Hué y D. Bartolomé Estevan, esperanzados en estos ingenieros y en D. Carlos para la travesía de Villarluengo, y en Sánchez Toca, como diputado a cuyo distrito corresponde lo restante, para que en breve se subasten nuevamente los trozos que faltan de carretera hasta enlazar con Cantavieja  y poner en comunicación este rincón aislado con el reino de Valencia.
Y me reconcilié con aquellos rudos trayectos que. apareciendo con toda su variada hermosura, modeladas las rocas por los serpenteos de la intrépida carretera, y recordando paisajes de Suiza, al atravesar las fábricas y sus montañas. Llegamos a Villarluengo, que me parecía más pintoresco y grato en su nuevo aspecto al poder abordarle con más facilidad, hacerle más accesible. 
La bocina, al apearnos, atrajo la concurrencia y saludos a la puerta de casa.

A lo largo de la narración, Melchora Herrero dejó constancia detallada de la preparación y de las actividades que rodearon la fiesta del IV Centenario, de la tradición sobre el hallazgo de la Virgen en 1522, de la fundación del convento de Monte Santo y de la llegada de las monjas, … Se preocupó también por dejar constancia de otros aspectos vividos durante aquellos meses de verano en Villarluengo: pinceladas de la vida tradicional y descripciones de los paisajes que le recuerdan los años de su niñez, dejando en algún párrafo la esperanza en el desarrollo que podría aportar la carretera que se estaba construyendo:

De todo el paisaje sólo nos habla de actualidad la nueva carretera, que aun ha de prolongarse por La Cañada a Cantavieja, buscando enlace con el reino de Valencia. Ella es la única esperanza de transformación que ofrece este rincón estático, de rara poesía por su rústica belleza (p. 88).

Al llegar la despedida, ya en el mes de septiembre, la autora vuelve a describir algún detalle sobre su salida de Villarluengo hasta la incorporación a la vorágine civilizatoria una vez superado el trayecto que la condujo hasta La Pintada:

Iba ya de veras nuestra partida. Procuramos abreviar la despedida que bastante más allá de las afueras del pueblo nos hicieron la familia y numerosos amigos,y tras las palabras de afecto sincero desaparecimos, agitando los pañuelos, dentro de la tartana, mientras lentamente se deslizaba por las revueltas de la carretera. ¡Adiós, patria amada, donde cada rincón, cada peña y hasta cada planta olorosa encierra un tierno arrullo de la infancia; donde las rocas son retablos de altares en este templo de mis mayores, cuyas cumbres forman ábsides, torreones en el alcázar, en la fortaleza del sentimiento!
Guardamos silencio bastante tiempo. Nuestro cuñado Enrique, que nos acompaña, nos hace más confortable la tartana con buenas mantas de viaje, y continúa nuestro silencio. El paisaje es lo que, con su variada belleza, nos distrae, y la llegada a la fuente del bosque donde queríamos llenar el termo de aquel manantial tan cristalino rompe nuestro mutismo. 
 La tía Antonia y María, nuestra prima, han visto desde su casa, de la fábrica, bajar la tartana y salen a nuestro encuentro a decirnos adiós otra vez. Al llegar a los Órganos de Montoro, aquellas desiguales canteras que semejan flautas, aquellas rochas interminables, como también el Barranco de los Degollados, célebre por la guerra carlista, y otros sitios que pensábamos fotografiar, y que vemos o recordamos, nos hacen, con su belleza, lamentar una vez más la interrupción que la huelga de Correos hizo sufrir a nuestra labor fotográfica al no recibir los últimos carretes que pedimos. 
Y entre subidas y bajadas por aquellas cumbres escabrosas salpicadas de pinos, de bojes, romeros y encinas, llegamos al- término de Ejulve, cuyas lomas están completamente embalsamadas del perfume que exhalan millares de espliegos, los que una industria desconocida por aquellas gentes ofrecía el espectáculo de unas calderas o alambiques para extraer la esencia que de las cargas de espliego obtenían en el mismo campo, unos forasteros llegados poco ha sin explicar el misterio de su empresa. Mujeres y niños, por mísero precio, arrancaban flores de espliego como pudieran ir a segar y sin saber los secretos de aque lla asaltadora industria. 
Se hizo la noche y pernoctamos en Ejulve en casa de un amigo de mi cuñado, Eusebio Mormeneo, el que con su señora nos agasajó esmeradamente.
Y, ¿para qué ser más extensa? Me parece que aquí da fin la intimidad, y que, al incorporarnos en la Venta al auto, en Alcañiz al pequeño tren y en la Puebla al correo de Madrid, nos confundimos ya en el gran torrente; somos como los arroyuelos que bajan a las cañadas para unirse a los grandes ríos, como afluentes que se diluyen en el avasallador caudal que afluye a la Corte, mar inmenso en donde se agita la vida y donde se aquilatan en la lucha el mérito y las virtudes.

Melchora Herrero es presentada en la portada del libro como  Profesora de Término de la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer, Profesora especial de la Escuela de Altos Estudios Mercantiles en la Sección Femenina de Vulgarización. Autora de varias obras para las mujeres y los niños y periodista”. Se puede descargar en http://www.bne.es/es/Inicio/

Ver: José Serafín ALDECOA CALVO, Turolenses contemporáneos. Gobierno de Aragón, 2017.