jueves, 29 de marzo de 2012

LA DEBACLE FRANCESA DE 1940 (II): “Suite francesa” de Irène Némirovsky

Irène Némirovsky
Si una entrada reciente del blog estaba dedicada al libro “La extraña derrota” del historiador judío-francés  Marc Bolch, “Suite francesa” es una obra literaria que describe, en dos partes bien diferenciadas de un proyecto inacabado, la situación de desamparo de la población francesa tras la ocupación alemana en mayo de 1940.  La propia historia de la escritora Irène Némirovsky y esta obra se vieron afectadas y, ambas, fueron víctimas de los acontecimientos. De origen ucraniano, nació en la ciudad de Kiev en febrero de 1903 y  su familia emigró a Finlandia escapando de la revolución rusa. En 1919 se establecieron en Paris donde estudió en la Sorbona, se caso, nacieron sus hijas y publicó sus primeros libros. Con la invasión alemana, y la consiguiente partición del territorio francés, la familia de Irène buscó refugio en la zona Libre de Vichy pero, como consecuencia de la persecución a que eran sometidos los judíos,  fue detenida el 13 de julio por gendarmes franceses - a pesar de que se había convertido al catolicismo- e internada en el campo de Pithiviers. Fue deportada a Auschwitz, hallando la muerte, como consecuencia del tifus, el 17 de agosto de 1942. El marido de Irène, que la buscaba desesperadamente, tuvo un destino paralelo: fue detenido, deportado y  también murió en Auschwitz.

En la primera parte –de las cinco en que la autora había previsto- titulada “Tempestad en junio” se narra la odisea de diferentes personas que, temerosas ante inminente llegada de los alemanes a París, deciden echarse a la carretera buscando una seguridad que nada ni nadie puede garantizarles. Las situaciones descritas reflejan el desconcierto y el caos en las estaciones de tren, en los caminos y en las poblaciones por donde pasan. Al desconcierto se suma el asombro, la incredulidad y una vana esperanza de que los “boches” no lleguen al interior de Francia, a unas regiones tan alejadas del territorio alemán.

Tan equivocados estaban ellos como los estrategas militares franceses: una característica de la guerra que estaban sufriendo, era la rapidez de los movimientos de las tropas y su capacidad para penetrar en territorio enemigo.  Quienes huían  contemplaban, incrédulos, cómo las unidades militares les superaban en su retirada poniendo en evidencia, ante aquella población civil, su más absoluta ineficacia. La presencia de la aviación alemana era temida, acrecentando la zozobra de quienes habían abandonado la seguridad de sus hogares pequeño-burgueses de la capital y su implacable acción sobre las columnas, donde se entremezclaban  militares y civiles, sembraba la muerte y causaba dramáticos estragos: 

“El convoy fue ametrallado varias veces. La muerte planeaba en el cielo y, de pronto, se precipitaba, se lanzaba en picado desde las alturas con las alas desplegadas y el pico de acero dirigido hacia aquella larga y temblorosa hilera de insectos negros que se arrastraba por la carretera. Todo el mundo se arrojaba al suelo Las mujeres se echaban encima de sus hijos para protegerlos con el cuerpo Cuando cesaba el fuego, la muchedumbre estaba surcada por largos y estrechos claros, como el que forma el viento en los trigales o los árboles talados en el bosque. Tras unos instantes de silencio, empezaban a oírse llamadas y gemidos que parecían responderse, gemidos que nadie escuchaba, llamadas lanzadas en vano…”

Una situación que no era nueva ni excepcional de aquella guerra, puesto que era similar a las que se habían producido en España, a principios de 1939, cuando las columnas de civiles y combatientes republicanos avanzaban en retirada, por el norte de Cataluña, buscando un refugio seguro al otro lado de la frontera, y las razias de la aviación franquista las atacaban de forma indiscriminada.

Con el título de “Dolce”, en la segunda parte, se refleja la vida en una localidad del interior de Francia, un año después de los acontecimientos narrados en la primera parte. La población civil convive con los ocupantes y las situaciones van desde la sumisión forzada e impotente ante el ocupante, que se instala con familias que tienen alguno de sus miembros prisioneros en Alemana, hasta la complacencia y la aceptación pasiva por el  beneficio que reporta la presencia de los ocupantes

Estos dos capítulos son la parte conocida de una obra, que fue concebida en cinco, pero que la autora no acabó a redactar. El propio texto sufrió los avatares propios de la historia de la ocupación y del drama familiar: sus hijas –huérfanas de padre y madre-  lo mantuvieron en secreto, casi sin atreverse a leer aquel manuscrito, de letra minúscula, que habían conservado como uno de los últimos recuerdos de su madre. Fue recuperado y publicado en 2004, causando una gran conmoción al conocerse su contenido. El libro obtuvo el premio Renaudot de aquel año, siendo la primera vez que se otorgaba a un autor fallecido.

sábado, 24 de marzo de 2012

LA DEBACLE FRANCESA DE 1940 (I): “La extraña derrota” de Marc Bloch.

 
Este libro del historiador Marc Bloch (Lyon, 6-7-1886–Saint-Didier-de-Formans, 16-6-1944) fue escrito entre julio y septiembre de 1940, su redacción se inició, pues, tan sólo unas semanas después de la debacle francesa, producida como consecuencia de la invasión alemana en la primavera de 1940. El texto es un análisis  -desde una óptica muy crítica- de las diferentes causas de la humillante derrota de un ejército, y de un estado, que  resultaron incapaces de organizar una defensa eficaz, ante la amenaza de los movimientos de la Wehrmach,  durante los meses anteriores a la invasión.

Entre  todos los argumentos y ejemplos utilizados por el historiador francés, para denunciar la pervivencia de unas estructuras estatales anquilosadas y totalmente obsoletas para enfrentarse a las nuevas estrategias diseñadas por los alemanes, nos quedamos con la siguiente:

“.. en el curso de caballería de la Escuela de Guerra se enseñaba que los tanques, cuyo valor defensivo era mediocre, eran prácticamente inútiles para la ofensiva; porque (…) estimaban que los bombardeos de la artillería eran mucho más eficaces que los de los aviones, sin tener en cuenta que los cañones requieren que se traigan sus municiones de muy lejos mientras que los aviones van por sí solos, volando, a buscar las suyas; en una palabra, porque nuestros jefes, sumidos en un mar de contradicciones, pretendieron ante todo repetir en 2940 la guerra de 1914-1918. Los alemanes, en cambio, libraron una guerra propia de 1940” (p.71)

El Estado Mayor se mostró  inoperante tras los primeros días de combate, las líneas francesas defensivas fueron superadas de forma vertiginosa por los alemanes y la retirada hacia el interior de unidades militares desconcertadas eran la premonición de “la extraña  derrota” que, por inesperada, causó aún más asombro entre los confiados patriotas franceses que esperaban una guerra de posiciones defensivas estables y un amplio territorio, en la retaguardia, alejado de los escenarios bélicos, como había sucedido en la guerra anterior; una percepción que estuvo muy alejada de lo que sucedió en realidad:

“…el bombardeo aéreo y la guerra de velocidad han sembrado el desconcierto total… No hay cielo que no esté preñado de amenazas y la fuerza de penetración de los elementos motorizados se ha comido la distancia. Cientos de personas murieron en unos pocos minutos en la bretona Rennes, donde todavía ayer se consideraban tan a resguardo como en el centro de América. Las carreteras de la región de Berry han sido barridas por la metralla que no distingue entre soldados y niños”.

Y todo ello, que no había sido previsto ni intuido por los estadistas, los militares y por la población en general, es lo que ya se había visto en otro escenario próximo -en el espacio y en el tiempo- como había sido el ensayo de la guerra de España y el avance de los alemanes en Polonia a partir de la invasión de territorio polaco en septiembre de 1939:

“¿No nos habían hecho desfilar ante los ojos en el cine las atroces imágenes de la España en escombros? No nos habían narrado bastante, un reportaje tras otro, el martirio de las ciudades polacas?”.
 
En el texto se aducen otros motivos que explican algunas de las causas de  la debacle: la falta de implicación de las masas proletarias en la defensa de la nación, una burguesía que “cerraba con demasiada pereza los ojos”; una cierta complacencia de los partidos derechistas con la Alemania hitleriana; las contradicciones de las organizaciones marxistas; una educación preocupada por “un humanismo a la antigua” o un gusto “inmoderado por las novedades” que no fue capaz de educar la inteligencia crítica de los alumnos;…..  En definitiva, la derrota francesa culminó con la entrada de los alemanes en París el 14 de junio de 1940, tan sólo un mes después de haberse producido la invasión, y la partición de Francia en dos mitades con la firma del armisticio el 22 de junio de 1940.  

Como hemos dicho, el texto se escribió entre el verano y el otoño de 1940, los párrafos finales son elocuentes respecto la humillante situación de Francia y las dudas respecto a la lucha por la liberación del territorio, que sólo podría venir contando con la ayuda imprescindible de los aliados:

“Hoy nos encontramos en la horrenda situación de que la suerte de Francia ha dejado de depender de los franceses. Desde que las armas que no teníamos empuñadas con suficiente solidez se nos cayeron de las manos, el prevenir de nuestro país y nuestra civilización es objeto de una lucha en la que la mayoría de nosotros no somos más que espectadores un poco humilladlos”.

(…) No sé cuándo llegará el momento en que, gracias a nuestros aliados, podremos recuperar el control de nuestro sino. ¿Se irán liberando fracciones de territorio una detrás de otra? ¿Se irán formando, en oleadas consecutivas, ejércitos de voluntarios que respondan al llamamiento de la patria en peligro? ¿Surgirá en algún lugar un gobierno autónomo que se irá extendiendo por doquier como una mancha de aceite? ¿O nos levantaremos al unísono en un arrebato total?.

Afirmaba que no sabía cuál de ellas sería la respuesta adecuada,  aunque, concluía, que sólo con el sacrificio y la lucha de una nueva generación se podría recuperar la dignidad perdida de los franceses y de su patria. 

                                                                                ***
Marc Bloch, cofundador en 1929 de la revista Annales, fue un historiador que ha ejercido una gran influencia en la historiografía contemporánea. Su implicación activa en la lucha clandestina contra los alemanes lo convirtió en una víctima más de la Resistencia: tras evadirse a Inglaterra en 1940,  volvió a la Francia de Vichy, a pesar de su condición de judío, fue rehabilitado y pudo ejercer como profesor universitario  en Clermond-Ferrand. Entró en contacto con la Resistencia y jugó un papel destacado en el Directorio que intentaba unificar los diferentes grupos resistentes. Fue detenido por la Gestapo en marzo de 1944, sufrió torturas y ejecutado, junto a un grupo de resistentes, el 16 junio en la población de Saint-Didier-de-Formans.

jueves, 22 de marzo de 2012

JOAQUIN LÓPEZ RAIMUNDO. Adiós a otro testigo de la barbarie.

Fotografia: Memorial de Gusen
En recuerdo de Joaquín López Raimundo, superviviente de Mauthausen que había nacido en Tauste en 1919, he publicado el siguiente texto en el Heraldo de Aragón de hoy (22-03-2012), en el suplemento “Artes y Letras”.

Al final de esta estrada se puede acceder a la nota, en catalán, que me publicaron ayer en  el periódico “El  Punt Avui” de Girona y al texto que Sergi Pàmies, sobrino de Joaquín López Raimundo, publicó en el formato digital de “La Vanguardia”

ADIOS A OTRO TESTIGO DE LA BARBARIE. La vida y la aventura en Mauthausen de un deportado de Tauste, Joaquín López Raimundo.

Un breve comentario de Cruz Barrios, bibliotecaria del Centro Aragonés de Barcelona, y la consulta del periódico digital http://www.ejeanoticias.com nos confirmaba el fallecimiento de Joaquín López Raimundo el pasado 5 de marzo. Se cierra, así, el ciclo vital de uno de los últimos supervivientes del campo de Mauthausen. Nacido en la población zaragozana de Tauste, la familia se trasladó a Barcelona en 1932 y fue en la ciudad Condal donde, en compañía de su hermano Gregorio, entró en contacto con la juventud barcelonesa y el ambiente político de la época. Trabó amistad con el joven fotógrafo Francesc Boix, una amistad que duraría toda la vida, hasta su temprano fallecimiento en el exilio francés, unos años después de haber sido liberados, ambos, de los campos de la muerte alemanes.

Militante de la Juventudes Socialistas Unificadas, Joaquín conoció el desgarro del dolor propio al morir su hermano Antonio, durante los primeros días de la Guerra, en una misión de reconocimiento cerca de Binéfar. Él mismo fue combatiente republicano y, como otros tantos otros miles de españoles, penó en los campos de refugiados del sur de Francia y formando parte de una de las Compañías de Trabajadores Extranjeros -organizadas por el gobierno francés- fue detenido por los alemanes en la primavera de 1940. Tras permanecer varios meses en los campos de prisioneros de guerra, fue deportado a Mauthausen en abril de 1941.

Tras unos meses de permanencia en el campo central fue trasladado a Gusen –situado a cinco kilómetros y verdadero centro de exterminio para los casi 4.000 republicanos muertos entre sus muros-  donde vivió de forma impotente la despiadada y cruel experiencia del trabajo esclavo, la humillación, la tortura y la muerte de tantos compañeros y amigos, como recordaba en La Vanguardia, en marzo de 1994: Siempre teníamos la muerte cerca porque de hecho estábamos allí para morir, pero con ser todo terrible, el peor momento que pasé fue cuando los nazis estaban en plenitud. Llevaron a todo mi “kommando” a Gusen, que era un infierno (…).Los kapos nos pegaban constantemente mientras trabajábamos. A mí me obligaron a quitar nieve (…) y como en principio me hice el tonto, me cogieron, me tiraron al suelo y empezaron a darme patadas. Luego me llevaron a trabajos forzados, a construir ferrocarriles con los perros mordiéndote y ellos pegándonos constantemente.  Fue durante estos trabajos cuando un raíl le cayó sobre un pie y, como consecuencia, ingresó en la enfermería estando a punto de ser ejecutado: Cuando ya iba a entrar en el barracón enfermería el médico SS me puso la correspondiente marca en la solapa para la inyección letal. Pero tuve la suerte de encontrarme a un kapo que era buena persona y me salvó la vida. La muerte inmediata o el camino de la supervivencia dependían, en muchas ocasiones, del azar o de la mera casualidad, sin que los internos pudiesen influir en su incierto destino. En aquel antro permaneció Joaquín hasta marzo de 1945 cuando fue devuelto a Mauthausen, de donde fue liberado en mayo de 1945.

Tras la liberación, como la mayoría de los supervivientes españoles, siguió viviendo exiliado en Francia compartiendo exilio con los amigos republicanos y camaradas comunistas. Ce la imposibilidad de regresar a España donde se consolidaba la Dictadura. Con su hermano Gregorio –conocido dirigente del comunismo catalán- volvió a reunirse en 1946 a su regreso, a Francia, de su estancia en tierras americanas, momento que era recordado en sus memorias: En el muelle había bastantes personas... De pronto reconocí entre ellos a mi hermano Joaquín -más viejo, claro- y empecé a llamarle a gritos y a saludarlo agitando el brazo con la mano abierta. Él me reconoció y contestó a mi saludo. Media hora después, que me pareció un siglo, volvíamos a abrazarnos por vez primera tras más de siete años de separación.

Joaquín López, Antonio Esporrín y Francesc Boix. Amical de Mauthausen
En París convivió estrechamente con sus amigos Antonio Esporrin –aragonés que logró escapar de manos alemanas- y Boix, siendo una de las personas que compartió los últimos momentos del fotógrafo y amigo. Tras su muerte, Joaquín recogió del domicilio del amigo una buena parte de los negativos sustraídos por los republicanos del laboratorio fotográfico de los SS en Mauthausen, otros con las imágenes de la liberación y varios sobre su vida profesional posterior. Cuando Montserrat Roig estaba escribiendo su obra sobre los deportados catalanes, contactó con Joaquín quien le dio su testimonio y le legó aquellos negativos. La escritora los cedió a la Amical de Mauthausen y actualmente se encuentran en el Museu d’Història de Catalunya, siendo uno de los principales testimonios gráficos de la construcción y del desarrollo de la vida (y de la muerte) en un campo de concentración nazi. 

Joaquín López fue uno de los deportados homenajeados por la Generalitat de Cataluña en noviembre de 2005, momento en que coincidimos también con su hermano Gregorio y nos consta que, por razones de salud, no pudo asistir al homenaje que el gobierno de Aragón realizó en mayo de 2010 a los supervivientes aragoneses.

Con la desaparición de Joaquín López Raimundo se pierde otra víctima de nuestro pasado más siniestro y un testigo de aquella barbarie que nunca tenía que haber sucedido. De él nos quedan fragmentos dispersos de su testimonio y para finalizar este recordatorio póstumo  nos quedamos con su crítica hacia tantos libros publicados, por la imposibilidad de resumir las sensaciones, los temores y los miedos –un todo inabarcable- de las experiencias de los deportados a los campos de exterminio: Cuentan siempre las cosas materiales, las más corrientes, por ejemplo el hambre que pasabas, los “kapos” que te pegaban, los SS… pero la vida, esa de todos los días que tuvimos, la de observar todas las cosas que pasaban, por ejemplo, no lo ves nunca en los libros, sólo ves casi la estadística y… ¿para qué escribir tantos libros para decir siempre lo mismo…?


martes, 13 de marzo de 2012

Amical de Mauthausen pide colaboración

La Amical de Mauthausen ha iniciado una campaña para incrementar el número de socios ante la situación generalizada de crisis y ausencia de ayudas institucionales para desarrollar las actividades y proyectos de la asociación.

Podéis acceder a la opción "Hazte socio" en la web
 http://www.amical-mauthausen.org/esp/socio-amical/

domingo, 11 de marzo de 2012

En recuerdo de Aurelia Gascón, mi madre

En la presentación de "Itinerarios e Identidades. Agosto de 2011
Antón Castro, amigo  y miembro de la familia ejulvina de Zaragoza, publicó en su blog hace unos días el texto que había enviado a los amigos personales agradeciendo las muestras de cariño recibidas, tras la muerte de mi madre el pasado 16 de febrero. No entraba en mis intenciones  darlo a conocer pero  a Antón  le pareció oportuno publicarlo y yo se lo agradezco,  por la cariñosa intencionalidad que le caracteriza en éste y en tantos otros detalles.

Aurelia Gascón Brumós  era, por encima de todo, una mujer sencilla, austera y preocupada  por  todos nosotros. Su vida había estado marcada por varias circunstancias dramáticas: la temprana muerte de su hermana Piedad, por enfermedad durante la Guerra y a cuyo dolor se sumó la destrucción de la casa paterna por efecto de uno de los bombardeos de la aviación franquista sobre Ejulve; la enfermedad de mi padre, a los pocos meses de haberse casado en 1949; los continuos y duros trabajos en aquellas décadas previas a la  emigración a Cataluña a principios de la década de los 70, con el consiguiente “abandono” de su padre y del resto de la familia en Ejulve,... Las muertes que siguieron durante los próximos años: la su padre, Juan “El Garroso”, la de su hermano Mariano y la de  mi padre, durante las vacaciones de verano de 1976, acabaron por definir su carácter que se mostraba reservado, prudente y temerosa ante todo lo malo que pudiese ocurrirle a alguno de los nuestros. Hubo muchas otras circunstancias alegres y positivas, que ella pudo disfrutar a lo largo de sus 90 años de vida, pero la impronta de aquellas experiencias le acompañó siempre.

Si traigo aquí su recuerdo es porque ella estuvo en la raíz de mi interés por la deportación republicana a los campos nazis. Había sido quien me dio las primeras informaciones cuando,  tras la muerte de mi padre, quise conocer con más detalle los sucesos ocurridos durante la Guerra en Ejulve: me habló de los asesinatos de los anarquistas en el verano del 36, de los miedos tras la victoria franquista, de los familiares represaliados, de los exiliados,… Cuando hallé la primera referencia a José Brumós Tello, uno de los deportados ejulvinos  muerto en los campos nazis, me sorprendió la coincidencia del apellido con el segundo de mi madre y surgió la duda: ¿sería familiar nuestro?, ¿cómo es que nadie lo había nombrado con anterioridad? Fijada la identidad por Lucas Puerto, vecino de toda la vida, mi madre me explicó que no éramos familia, pero me dio referencias tanto de José como de las denuncias que llevaron a la muerte de su padre, a manos de los anarquistas en el verano de 1936, de sus limitaciones físicas, de sus “trapicheos”  para ganarse la vida y de la trayectoria posterior de sus hermanos y hermanas que ya no regresaron a Ejulve tras la Guerra.

En otras muchas tardes, compartidas en mi domicilio de Terrassa, mi madre me fue completando las circunstancias de este ejulvino, y la de  Juan Pascual Pascual, otro deportado  de la localidad –de los cinco que pude extraer de los listados consultados- puesto que conocía muy bien a sus padres, por ser vecinos de su casa en la calle  “El Sol” y con quienes compartieron algún puchero solidario por tratarse de una familia muy pobre. De Joaquín Moya Braulio, otro deportado, sólo pudo indicarme ligeras vinculaciones con alguna de las familias del pueblo puesto que su emigración,  a Cataluña,  se había producido unos años antes del nacimiento de mi madre.

La memoria era cada vez más escasa a medida que llegaban los años, pero conoció los artículos que publiqué en la revista Baylías (2005) y en la de Andorra (2009) donde glosaba a los ejulvinos deportados y, cuando se los leía, asentía con la cabeza dando su aprobación a sus recuerdos recogidos en los textos.  Uno de los últimos esfuerzos físicos lo realizó el pasado verano cuando, tras haber superado una situación crítica durante el mes de julio, subió con enormes dificultades la escalera que conduce  al salón de actos del ayuntamiento de Ejulve para asistir, en primera fila, a la presentación de mi libro “Itinerarios e Identidades. Republicanos aragoneses deportados a los campos nazis”.  Durante aquellos días  estaba cerrando su ciclo vital, pero creo que su instinto le dio fuerzas para poder ir a Ejulve y así despedirse de su pueblo, de su gente, de su casa y del paisaje que le acompañó durante toda la vida.

Domingo y Aurelia
Mi padre, Domingo Calvo, era un hombre de carácter, vital, alegre, cariñoso con quienes trató y republicano de corazón, cuya vida estuvo marcada, cómo no, por la Guerra y más aún por la posguerra con el fusilamiento, en Zaragoza,  de su hermano Manuel, en agosto de 1941. Se nos murió cuando yo aún no había comenzado a preguntar y sólo había podido enterarme de fragmentos de su experiencia en conversaciones mantenidas a media voz, e interrumpidas a menudo, en la vieja barbería familiar. Después de su muerte también conocí los intentos de inculparle, de las firmas recogidas entre las familias de algunas de las víctimas para acusarle y cómo la negativa de una de ellas, por la proximidad  que habían tenido  en los años previos, desbarató aquellos planes. Murió repentinamente, en 1976, estando de vacaciones en Ejulve tras una disputada  partida  de guiñote. La semana pasada depositamos las cenizas de mi madre en su tumba, fue un acto sencillo y emotivo y, aunque no tenemos ninguna certeza respecto el más allá, para todos nosotros es reconfortante saber que los tenemos juntos, y en Ejulve, para siempre.