domingo, 11 de marzo de 2012

En recuerdo de Aurelia Gascón, mi madre

En la presentación de "Itinerarios e Identidades. Agosto de 2011
Antón Castro, amigo  y miembro de la familia ejulvina de Zaragoza, publicó en su blog hace unos días el texto que había enviado a los amigos personales agradeciendo las muestras de cariño recibidas, tras la muerte de mi madre el pasado 16 de febrero. No entraba en mis intenciones  darlo a conocer pero  a Antón  le pareció oportuno publicarlo y yo se lo agradezco,  por la cariñosa intencionalidad que le caracteriza en éste y en tantos otros detalles.

Aurelia Gascón Brumós  era, por encima de todo, una mujer sencilla, austera y preocupada  por  todos nosotros. Su vida había estado marcada por varias circunstancias dramáticas: la temprana muerte de su hermana Piedad, por enfermedad durante la Guerra y a cuyo dolor se sumó la destrucción de la casa paterna por efecto de uno de los bombardeos de la aviación franquista sobre Ejulve; la enfermedad de mi padre, a los pocos meses de haberse casado en 1949; los continuos y duros trabajos en aquellas décadas previas a la  emigración a Cataluña a principios de la década de los 70, con el consiguiente “abandono” de su padre y del resto de la familia en Ejulve,... Las muertes que siguieron durante los próximos años: la su padre, Juan “El Garroso”, la de su hermano Mariano y la de  mi padre, durante las vacaciones de verano de 1976, acabaron por definir su carácter que se mostraba reservado, prudente y temerosa ante todo lo malo que pudiese ocurrirle a alguno de los nuestros. Hubo muchas otras circunstancias alegres y positivas, que ella pudo disfrutar a lo largo de sus 90 años de vida, pero la impronta de aquellas experiencias le acompañó siempre.

Si traigo aquí su recuerdo es porque ella estuvo en la raíz de mi interés por la deportación republicana a los campos nazis. Había sido quien me dio las primeras informaciones cuando,  tras la muerte de mi padre, quise conocer con más detalle los sucesos ocurridos durante la Guerra en Ejulve: me habló de los asesinatos de los anarquistas en el verano del 36, de los miedos tras la victoria franquista, de los familiares represaliados, de los exiliados,… Cuando hallé la primera referencia a José Brumós Tello, uno de los deportados ejulvinos  muerto en los campos nazis, me sorprendió la coincidencia del apellido con el segundo de mi madre y surgió la duda: ¿sería familiar nuestro?, ¿cómo es que nadie lo había nombrado con anterioridad? Fijada la identidad por Lucas Puerto, vecino de toda la vida, mi madre me explicó que no éramos familia, pero me dio referencias tanto de José como de las denuncias que llevaron a la muerte de su padre, a manos de los anarquistas en el verano de 1936, de sus limitaciones físicas, de sus “trapicheos”  para ganarse la vida y de la trayectoria posterior de sus hermanos y hermanas que ya no regresaron a Ejulve tras la Guerra.

En otras muchas tardes, compartidas en mi domicilio de Terrassa, mi madre me fue completando las circunstancias de este ejulvino, y la de  Juan Pascual Pascual, otro deportado  de la localidad –de los cinco que pude extraer de los listados consultados- puesto que conocía muy bien a sus padres, por ser vecinos de su casa en la calle  “El Sol” y con quienes compartieron algún puchero solidario por tratarse de una familia muy pobre. De Joaquín Moya Braulio, otro deportado, sólo pudo indicarme ligeras vinculaciones con alguna de las familias del pueblo puesto que su emigración,  a Cataluña,  se había producido unos años antes del nacimiento de mi madre.

La memoria era cada vez más escasa a medida que llegaban los años, pero conoció los artículos que publiqué en la revista Baylías (2005) y en la de Andorra (2009) donde glosaba a los ejulvinos deportados y, cuando se los leía, asentía con la cabeza dando su aprobación a sus recuerdos recogidos en los textos.  Uno de los últimos esfuerzos físicos lo realizó el pasado verano cuando, tras haber superado una situación crítica durante el mes de julio, subió con enormes dificultades la escalera que conduce  al salón de actos del ayuntamiento de Ejulve para asistir, en primera fila, a la presentación de mi libro “Itinerarios e Identidades. Republicanos aragoneses deportados a los campos nazis”.  Durante aquellos días  estaba cerrando su ciclo vital, pero creo que su instinto le dio fuerzas para poder ir a Ejulve y así despedirse de su pueblo, de su gente, de su casa y del paisaje que le acompañó durante toda la vida.

Domingo y Aurelia
Mi padre, Domingo Calvo, era un hombre de carácter, vital, alegre, cariñoso con quienes trató y republicano de corazón, cuya vida estuvo marcada, cómo no, por la Guerra y más aún por la posguerra con el fusilamiento, en Zaragoza,  de su hermano Manuel, en agosto de 1941. Se nos murió cuando yo aún no había comenzado a preguntar y sólo había podido enterarme de fragmentos de su experiencia en conversaciones mantenidas a media voz, e interrumpidas a menudo, en la vieja barbería familiar. Después de su muerte también conocí los intentos de inculparle, de las firmas recogidas entre las familias de algunas de las víctimas para acusarle y cómo la negativa de una de ellas, por la proximidad  que habían tenido  en los años previos, desbarató aquellos planes. Murió repentinamente, en 1976, estando de vacaciones en Ejulve tras una disputada  partida  de guiñote. La semana pasada depositamos las cenizas de mi madre en su tumba, fue un acto sencillo y emotivo y, aunque no tenemos ninguna certeza respecto el más allá, para todos nosotros es reconfortante saber que los tenemos juntos, y en Ejulve, para siempre.

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