domingo, 16 de junio de 2013

ANTONI IBERN EROLES: un siglo de supervivencia (II)


De Mauthausen a Àger
 
Antoni Ibern
Los republicanos liberados en Mauthausen, el 5 de mayo de 1945, tuvieron que permanecer varias semanas en el campo. Como decía en la entrada anterior, no sabían dónde dirigirse. Hasta un mes más tarde no fueron repatriados y Antoni fue trasladado a París, por los americanos, el 6 de junio. En la capital francesa permaneció varios meses recuperando fuerzas y documentación que le identificase legalmente, puesto que nada tenía salvo la precariedad con la que había sido rescatado del campo.

De París, Antoni de dirigió hacia el sur, hacia Toulouse, la ciudad de los exiliados republicanos. Allí se instaló y fue incorporándose a una vida laboral que no le satisfacía. Aguantó cuatro años, pero la muerte de un compañero de Mauthausen, Miguel Mazarico, leridano como él con quien compartía la vida, fue lo que le animó a tomar la decisión de regresar. Nada había hecho, de nada tenía que arrepentirse, él sólo había cumplido con el deber de defender la legitimidad republicana,  no tenía ningún cargo de conciencia y, en octubre de 1949, cruzó la frontera de forma clandestina presentándose en su domicilio en Àger.

Pero la familia estaba marcada. Su padre había sido fusilado por los franquistas, el 14 de diciembre de 1938, y su madre y su hermana habían sido encarceladas: su hermana, por ser menor de edad, pasó en prisión un año, pero su madre permaneció cinco largos años en la cárcel. Su hermano Josep había luchado en la Guerra Civil, en el exilio se alistó en la legión Extranjera francesa y combatió contra los nazis; cuando fue desmovilizado regresó a España  en 1940, fue detenido y posteriormente condenado por un tribunal militar; tras ser puesto en libertad en 1941, pasó a Francia y participó en los grupos que ayudaban a evadirse, por los Pirineos, a los perseguidos por el nazismo (ver enlace a su biografía).

Las cosas, por lo tanto, estaban muy mal en Àger, peor de lo que él había imaginado y por prudencia y temor, Antoni permaneció cinco largos meses encerrado en casa. Sin salir para nada, sin dejarse ver, durmiendo, a veces, en el desván. ¡Prisionero de nuevo en su propia casa! Aquello no era vida y el 9 de febrero de 1950, tomó la decisión de dar la cara y se fue a trabajar al campo. Para eso había regresado, para dedicarse a lo que sabía hacer: el cuidado de la hacienda familiar. La Guardia Civil fue a buscarlo, lo detuvo y lo encerraron en el calabozo del cuartel, donde permaneció varios días, tras los cuales fue trasladado a la prisión de Balaguer y posteriormente, conducido brutalmente, a la Audiencia de Lérida. Tuvo que pasar otros cinco meses en la cárcel hasta que, revisada su causa, fue puesto en libertad.

Antoni y María en Âger (2000). La Vanguardia
Triste realidad la de Antoni y la de los otros supervivientes, que habían decidido regresar a España en los años inmediatos a su liberación. Mientras que sus compañeros internacionales eran recibidos en sus países de origen como héroes, eran reconocidos y cuidados, en España corrían peligro de ser denunciados, perseguidos y represaliados. El caso de Antoni es la evidencia de lo que decimos y al drama de su experiencia vivida durante su deportación, tuvo que sumar la rabia de la opresiva realidad española que les condenaba al silencio y al ostracismo.

Antoni, no se derrumbó, no había luchado y sufrido tanto para acabar derrotado y humillado. La vida seguía, conoció a María, la que se convertiría en su esposa en septiembre de 1951. Sus hijos Antonio y Montserrat, nacieron en 1952 y 1958 respectivamente y Antoni se dedicó a la agricultura en Àger hasta su jubilación.

La creación de la Amical de Mauthausen en 1962, por un grupo de supervivientes, en Barcelona, significó un cambio importante en la vida de Antoni. El contacto con sus compañeros de deportación que habían regresado y se encontraban dispersos por España, y con los familiares de las víctimas, les identificaba como colectivo y, por fin, podrían reivindicar sus derechos y su dignidad.  Hubo solicitudes de indemnizaciones al gobierno alemán que nunca llegaron a compensar los daños causados durante su deportación. En este sentido, Antoni siguió reclamando sus derechos y el periódico “La Vanguardia”  (7/11/2000) publicaba, bajo el título “Un dolor impagable”, la noticia de que  “Un anciano de Àger reclama una compensación a Alemania por los años pasados en el campo de concentración de Mauthausen”. Antoni recordaba pasajes de su estancia en Mauthausen: “Aquello estaba pensado para exterminar, para matar lentamente a las personas…Cuando nos levantábamos por las mañanas había decenas de prisioneros carbonizados en la valla eléctrica del recinto. Se suicidaban por la noche porque no soportaban aquella vida” y como conclusión a su reivindicación decía: “Lo que yo he pasado no se paga ni con todo el oro del mundo”. Su experiencia fue una de las biografiadas en el libro de David Bassa, “Memoria de l’infern” (Edicions 62, 2002) de donde he tomado alguno de los datos de la vida de Antoni.

Una vida tan dura deja secuelas psicológicas indelebles que sólo pueden ser superadas por una personalidad fuerte y un entorno familiar positivo. Antoni, afortunadamente, ha tenido lo uno y lo otro, pero las secuelas físicas han sido más crueles: la herida en un ojo, durante la guerra y la falta de cuidados durante el exilio y su deportación le fueron creando progresivos problemas en sus ojos hasta que, hace unos años, perdió definitivamente la vista.

Por circunstancias familiares, Antoni y María residieron durante un tiempo en Zaragoza,  ciudad donde reside su hijo, pero en sus mentes estaba el regreso a su pueblo al que siempre estuvieron vinculados y allí regresaron. Antoni, sigue en Àger, acompañado por su esposa María y por sus compañeros de residencia. Siente muy próximos a los suyos, que le han acompañado en la celebración en su cumpleaños centenario. Su largo siglo de vida es un ejemplo dónde identificarnos quienes creemos en valores imprescindibles como la lucha por la libertad, la resistencia ante las dificultades, la dignidad de todas las personas y la solidaridad universal. ¡Gracias Antoni!


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