Antoni Ibern. Carnet de deportado |
Durante la
mañana del pasado 18 de mayo, en un sencillo acto en la Residencia de la “Gent
Gran” de la localidad leridana de Àger, el director de los Servicios del
Departamento de Bienestar Social y Familia de la Generalitat de Cataluña,
entregó unas Medallas Centenarias a tres
personas que habían cumplido, o estaban a punto de cumplir, los 100 años de
vida. Entre aquellas tres personas homenajeadas se encontraba Antoni Ibern
Eroles y en la escueta nota de la
Generalitat podíamos leer:
“Antoni Ibern i Eroles nació al 7 de junio de
1913 en Àger, donde trabajó de agricultor. Explica que nunca podrá borrar de la
memoria los cuatro años y medio que pasó preso en el campo de concentración de
Mauthausen. Actualmente vive en la residencia de Àger con su esposa, con quien
ha tenido dos hijos que le han dado tres nietos”
Ha sido por una
de sus nietas, Noemí, por quien hemos conocido este acontecimiento: la
celebración de un siglo de vida –también de abnegación, dignidad y
supervivencia- de su abuelo Antoni que
hoy, todavía recuerda los pasajes más dolorosos de su experiencia durante su
deportación junto a otros muchos compañeros de infortunio, los cuales no
tuvieron su suerte y no pudieron sobrevivir al destino que la sinrazón les
había destinado.
De Àger a
Mauthausen.
La vida de
Antoni transcurría en su localidad natal sin estridencias, viviendo
humildemente de su trabajo como “pagès", hasta que, en aquel principio de verano
de 1936, cuando la cosecha de cereal requería la mano dispuesta de los
segadores para recoger el grano, se desató una tormenta –el golpe militar del
18 de julio y el inicio de la Guerra de España-
que cambiaría para siempre, y de forma dramática, su vida familiar y la de
millones de personas.
Aquel
verano, Antoni había ido como segador a Albesa, una población situada a una cuarentena
de kilómetros al sur de Àger, donde los primeros días del mes de septiembre,
junto a un grupo de jornaleros, decidió alistarse en una de las unidades que se
estaban formando en Lérida con destino al frente de Aragón. Fue herido en un ojo por la metralla de una
bomba lo que le mantuvo, varios meses, alejado del frente. Participó en la
Batalla del Ebro, donde se perdieron todas las esperanzas de cambiar el destino
de la Guerra.
El exilio hacia
Francia fue el camino que tuvo que recorrer Antoni, como uno más de los
republicanos derrotados en su lucha contra los golpistas comandados por Franco.
Al igual que tantos otros miles de compatriotas, conoció el internamiento en
los campos del sur de Francia. Concretamente estuvo en Le Vernet y
posteriormente fue trasladado al campo de Septfonds, situado en las
proximidades de la ciudad de Montauban, al norte de Toulouse. Mientras estuvo en los campos de Francia pudo
salir a trabajar como campesino a alguna de las explotaciones agrícolas de los
alrededores, pero desde Septfonds, la única salida viable era la de alistarse a
las Compañías de Trabajadores Extranjeros. Antoni formó parte de la 33ª
Compañía que, como muchas otras, fue destinada a realizar obras defensivas en
la conocida línea Maginot.
La invasión
alemana desbordó a Francia, quedando demostrada la inutilidad de las defensas
previstas por los responsables militares franceses. Esta derrota tan rápida y
tan completa dejó en el desamparo más absoluto a los republicanos de las
Compañías que tuvieron que emprender una retirada de las zonas fronterizas
donde se encontraban. Antoni, junto al resto de republicanos de su Compañía y
de otras muchas que tomaron la misma determinación, huyeron hacia el norte
hasta las playas de playas de Dunkerque donde fueron confluyendo varios miles
de republicanos. Alli, en Dunkerque, conocieron de nuevo la impotente sensación
del abandono al impedirles, los oficiales aliados, su acceso a los barcos que
estaban evacuando sus tropas. La aviación alemana ametrallaba continuamente, a
diestro y siniestro, a los concentrados en las playas y a quienes intentaban
acercarse a los barcos. En aquellas jornadas de finales de mayo de 1940, los
republicanos veían con impotencia el triunfo de los alemanes y se incrementaba
el miedo a caer en sus manos. Huidas a la desesperada, sin dirección fija hasta
que varias decenas de miles de españoles fueron hechos prisioneros en las
siguientes jornadas. Antoni fue detenido el 22 de junio y trasladado a uno de los campos de prisioneros de guerra (stalag)
que había en las cercanías de la ciudad de Estrasburg.
En este stalag, el V-D, permaneció Antoni alrededor
de medio año. En diciembre, un grupo de unos 850 republicanos fue obligado a
subir a los vagones de unos trenes de carga con destino desconocido. Las
penalidades del viaje, contadas por Antoni,
narran el hacinamiento, el cansancio, el hambre, el dolor, el olor a
excrementos, …. Un viaje que, por las condiciones en que se realizó, nada bueno
podía esperarles al final de trayecto. En la estación de Mauthausen, conocieron
el trato inhumano de los SS que actuaban con extrema violencia para hacer
descender de los vagones a los recién llegados. La entrada en el
campo austríaco la realizaron aquellos 846 españoles el 13 de diciembre. Tras
los formulismos establecidos para la recepción de prisioneros, les fue
distribuida la ropa, el triángulo azul que los identificaba como apátridas, y
el número de matrícula. A Antoni le fue adjudicada la 4896 que mantuvo durante
los cuatro años y medio que duró su estancia en el campo. Estuvo trabajando en
la cantera, utilizó un martillo compresor para arrancar los bloques de granito,
también trabajó en el Danubio cargando bloques de piedra en las barcazas que
los distribuían por las ciudades austríacas o alemanas. También estuvo
destinado a la enfermería, donde conoció las condiciones en que malvivían los
enfermos y heridos, muchos de los cuales acababan muriendo o eran eliminados
directamente. En estos destinos Antoni
conoció el trato despiadado de los kapos
y de los SS hacia los internos, pero también la solidaridad entre
los deportados que les ayudaba a soportar, día a día, aquella situación que
parecía negarles cualquier señal de esperanza en el futuro.
Suerte, Antoni,
en definitiva, tuvo suerte y pudo llegar vivo al 5 de mayo de 1945. La
liberación del campo de Mauthausen puso en evidencia una de las características
propias del colectivo de los deportados republicanos: su orfandad. Cuando los
deportados de todas las nacionalidades regresaban a su país ¿dónde podían
dirigirse los españoles? Nadie les reclamaba como suyos. ¿Qué hacer? Pedir su repatriación
a España, en aquellos momentos, era impensable. Hubo quienes intentaron ser
repatriados a la Unión Soviética. Otros pocos se quedaron en Austria. Pero en
general ¿qué sería de ellos? Por fin,
Francia les aceptó y fueron repatriados al país vecino. Empezaba una
nueva etapa para los supervivientes: el difícil ejercicio de rehacer su vida
con el enorme peso del recuerdo y de las secuelas de su deportación. Antoni, no
se amedrantó, tenía el futuro por delante y había que enfrentase a él con
decisión, como lo había hecho en todas las situaciones difíciles que le habían
tocado vivir.
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