En Mauthausen, ante el monumento a los republicanos. |
Como señalaba en la
última entrada, Edmon Gimeno, fue el único deportado republicano que asistió a
los actos de homenaje, celebrados en el campo de Mauthausen el pasado domingo 13
de mayo, ante el monumento a los españoles. Así lo viene haciendo durante los
últimos años y el esfuerzo que realiza lo hace para rendir homenaje a todos sus compañeros de deportación
que corrieron peor suerte que él y fallecieron en alguno de los campos nazis, a
los que fueron deportados algo más de 9.000 españoles.
Edmon fue deportado
a Buchenwald. Posteriormente fue trasladado a Dora y a Bergen-Belsen, de donde fue
liberado por las tropas británicas. En éste último campo conoció el horror
desatado, durante las semanas previas a su liberación, como consecuencia de una
epidemia de tifus que diezmó a los internos, esparciendo la muerte por doquier
y produciendo una situación dantesca cuyas imágenes fueron captadas por los
reporteros y fotógrafos que acompañaban a las tropas liberadoras.
Afortunadamente,
este episodio de la vida de Edmon, así como
las crueles y dramáticas experiencias
vividas en Dora y otros acontecimientos que le marcaron para siempre,
los dejó plasmados, de forma admirable, en sus memorias de deportación que
fueron publicadas por la Amical de Mauthausen en 2007 bajo el título “Buchenwald,
Dora, Bergen-Belsen. Vivències d’un deportat”. La obra testimonial de Edmon es
muy recomendable para quienes quieran conocer, de primera mano, la vida
cotidiana de los deportados en aquellos antros, diseñados por los nazis para
explotarlos como esclavos hasta sus últimas consecuencias.
Y, en este sentido, me ha parecido oportuno recordar
la presentación de su libro, el 11 de agosto de 2007, en las Terceras
Jornadas dedicadas a la deportación de los republicanos aragoneses celebradas
en Ejulve, en colaboración con su Ayuntamiento. Recupero las notas que tomé al
acabar la sesión, como resumen de aquel acto que fue presentado por el alcalde de la localidad,
José Manuel Salvador.
Edmon
inició su intervención mostrando el
asombro y la incomprensión de cómo en la Alemania culta y desarrollada de los años 30 del
siglo XX pudo desarrollarse una ideología excluyente como la representada por
Hitler. Para él es inexplicable que en un contexto donde se había logrado un
nivel de desarrollo material e intelectual tan importante se pudiese
desarrollar, al mismo tiempo, una ideología de componentes tan abominables como
la supremacía de la raza aria y el desprecio a lo que llamaban “razas
inferiores”. Según las palabras de Edmon, los tres enemigos de la Alemania nazi, según se
desprende de la ideología de Hitler, eran los judíos, las razas eslavas y el
pueblo soviético.
El Holocausto,
con el asesinato de más de seis millones de judíos, y la eliminación de varios
millones más de otros colectivos, supuso retroceso de la humanidad que la
retrotraía a épocas prehistóricas donde los primeros homínidos luchaban sin
conciencia por un espacio vital. Edmon hizo una breve referencia a Auschwitz, a
la selección a que eran sometidos las poblaciones deportadas, cómo el ser
conducido a la derecha o a la izquierda, en el momento de la selección, podía
significar morir directamente en una cámara de gas. Hombres, mujeres y niños
asesinados masivamente sin que podamos entender cuál era el significado de su
muerte.
Edmon
pasó a narrar, a continuación, su experiencia en la deportación desde la Francia ocupada, donde se
hallaba detenido por haber intentado escaparse de donde se hallaba trabajando.
El convoy donde fue trasladado a Buchenwald estaba formado por varios vagones
ocupados, cada uno de ellos, por más cien personas que no tenían espacio ni
para sentarse “derechos y tocándonos con los codos estuvimos dos o tres
días, y llegamos a Buchenwald desnudos, los alemanes nos hicieron desnudar
porque creyeron que alguien de nuestro vagón había querido escapar”. En el
campo estuvo poco tiempo, después fue trasladado a Dora, donde los internos
trabajaban en la construcción de las famosa V1 y V2 alemanas en unas
condiciones infrahumanas, en los túneles excavados en la roca, “sin salir
durante semanas al exterior y respirando un aire fétido y corrompido”. Edmon,
a quien el público asistente seguía en un respetuoso silencio, explicó las
dificultades de la vida diaria, la falta de esperanza en el futuro, el trato
vejatorio, recibiendo continuos insultos y palizas por parte de los Kapos
(prisioneros comunes que se encargaban de la vigilancia de los prisionero) como
la que presenció cuando mataron a golpes a un deportado francés mientras que su
hijo era obligado a asistir impotente a
la escena.... Hubo muchos internos que no pudieron soportarlo y se
lanzaron a las alambradas electrificadas que rodeaban el campo. La pérdida de
la fuerza física, tanto por las condiciones y las temperaturas de más de 20 º
bajo cero como por la insuficiencia de
la alimentación recibida, era sufrida por los prisioneros y sus consecuencias
fueron fatídicas para alguno de ellos..
En su
explicación, hizo especial incidencia a la crueldad con que eran tratados
quienes habían sido capturados tras un intento de fuga “eran paseados por
todo el campo subidos en una especie de carro tirado por los propios deportados
con un letrero diciendo que estaba muy contento de haber vuelto a casa.
Estábamos obligados a observar en formación todo el acto que concluía con su
ahorcamiento. En Dora había días que ahorcaban a varios deportados, hasta 15 o
20 de una sola vez y los demás estábamos obligados a asistir a aquellas muertes
tan horribles”.
Presentación del libro. Ejulve 11-08-2007 |
Después
de Dora, Edmon y un grupo de compañeros, fueron evacuados a Bergen Belsen donde
vivió escenas espeluznantes con muertes masivas de internos hasta la liberación
por las fuerzas aliadas en abril de 1945. Después siguió un exilio en Francia
con su familia hasta que pudo regresar a España.
A
continuación se abrió un turno de palabras para que los asistentes pudiesen preguntar
a Edmon aspectos de su interés que resumimos en los siguientes apartados:
- Un
dia cualquiera en Dora: los internos se levantaban muy temprano y de
inmediato de veían obligados a ir a la Apellpaltz
(plaza de revista) donde eran contados en perfectas formaciones y si faltaba
alguien, por cualquier motivo, tenían que permanecer formados, a veces a
temperatura gélidas de varios grados bajo cero, hasta que cuadraban los
números. Les daban como alimento “un “café” infecto, que más bien parecía
agua sucia y a medio día una sopa líquida, nauseabunda, donde a veces podías
encontrar un trozo de nabo que tenías que tomar derecho, en un momento para
volver a trabajar, en jornadas que duraban días o doce horas y por la noche un
trozo de pan con una señal de salchichón”.
- Sentimiento
de odio y venganza: Edmon dice que no, que no ha tenido estas sensaciones.
Actos de venganza, en el momento de la libración sí que vio alguno, pero que
más que odio le embarga la incomprensión de lo ocurrido, de cómo en aquel
momento y en aquella época se llegó a tal grado de barbarie.
- Conocimiento
de la marcha de la guerra: Tenían una ligera idea de lo que sucedía,
enterándose por conductos muy diversos ya fuese por los nuevos internos, por
escuchar de forma clandestina algún aparato de radio, él mismo cuenta cómo pudo
escuchar, escondido, los partes de una radio de los SS y con un pequeño mapa
que pudo conservar situaba los avances de las tropas soviéticas. El desembarco
de Normandía, por ejemplo, corrió por el campo el mismo día en que se produjo.
- Razones
para sobrevivir y no abandonarse: Fueron muchos los internos que no
pudieron resistir y se suicidaban arrojándose sobre las alambradas, “me
mantenía vivo, la juventud, yo tenía 20 años cuando fui deportado, la fortaleza
y la esperanza de salir para contar lo que habíamos visto. También el
compañerismo y la ayuda de algún amigo en quien confiabas y con quien podías
hablar.
***
Agradeciendo a Edmon su testimonio y como evidencia
del drama que padecieron los supervivientes republicanos que, tras la alegría en
los días de la liberación se vieron obligados a seguir viviendo en el exilio, leí
los últimos párrafos de sus memorias que
aparecen bajo el epígrafe de “El desencanto”:
“Bergen-Belsen, unos días después de la liberación. Un
grupo de deportados ibéricos permanecemos sentados en un rincón del campo en
una pequeña eminencia del terreno, cerca de la carretera secundaria. Hablamos,
evocamos, soñamos. El retorno a nuestra tierra que nos vio nacer se anuncia muy
próximo. Los familiares y los amigos que pronto volveremos a ver, el sol y el
cielo, nuestros paisajes tan variados y originales, las montañas y llanuras,
los ríos, la diversidad del folclore, las costumbres tradicionales. Un antiguo
de Mauthausen nos habla entusiasmado de la gran huerta del País Valenciano, ese
inmenso y fértil oasis. Naranjos, fruta rica y variada. Espera comer todavía,
en esa primavera de 1945, los suculentos melones de la región, dulces como la
miel. Nos dice: “Cuando vas a la huerta a primeras horas de la mañana, sientes,
en ciertos lugares, un olor penetrante y el crujir de los melones, los que
están a punto. ¡Qué placer, amigos, qué placer!”.
Nuestros sueños, anhelos y evocaciones no sirvieron de gran
cosa. El exilio continuó para muchos durante años y más años. La guerra fría,
entre los dos colosos militares de la época, acabó con todas nuestras
esperanzas.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario