Niños liberados en el campo de Auschwitz |
JUAN M. Calvo Gascón, Amical de Mauthausen 27/01/2012
Un año más --y este es el tercero-- Rolde de Estudios Aragoneses y Amical de Mauthausen han organizado en Zaragoza la conmemoración del Día Internacional en recuerdo a las Víctimas del Holocausto, instituido por Naciones Unidas, en noviembre de 2005, instando a celebrar actos alrededor del día 27 de enero, aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por unidades del ejército soviético.
La mayoría de los actos programados se llevan a cabo en sedes parlamentarias --como órganos que representan la voluntad democrática de nuestra sociedad-- y así se ha venido realizando en nuestro país desde que se instituyó dicha celebración. El Congreso de Diputados, el Senado (para los actos estatales programados este año), el Parlament de Cataluña, la Asamblea de Madrid y, desde el 2010, las Cortes de Aragón han sido, y siguen siendo, algunos de los escenarios en los que se rinde un merecido recuerdo y homenaje a los millones de víctimas del exterminio perpetrado por los nazis sobre la población judía europea y sobre otros colectivos sociales: gitanos, testigos de Jehová, homosexuales, disminuidos psíquicos, perseguidos políticos.
En las celebraciones que se organizan este año, se ha establecido como tema central "Los niños y el Holocausto" para recordar a los niños judíos que hallaron la muerte durante aquel negro episodio de la historia europea. Las cifras son aterradoras. Se calcula que un millón y medio de niños y niñas, procedentes de todo el continente europeo, fueron exterminados por los nazis. ¿Qué delito habían cometido? Simplemente el haber nacido en el seno de una familia que pertenecía a un colectivo destinado a ser eliminado. En algunas comunidades judías del este europeo, los niños eran las primeras víctimas abatidas por los nazis y de forma masiva, la población infantil judía europea --tras sufrir ruptura de su familia, y el desarraigo de su entorno social-- fue destinada a las cámaras de gas.
Las imágenes conservadas de las víctimas infantiles nos muestran sus miradas, y algún gesto captado casualmente, transmitiéndonos sensaciones muy diversas según el momento en que se recogió la imagen: alegría, serenidad, contemplación, desconcierto, humillación, dolor, abandono, esperanza- Expresiones, también, de miedo, de incredulidad y de asombro de quienes, confinados en los guetos repartidos por toda Europa, dejaron de buscar explicaciones a la brusca ruptura de su añorada vida cotidiana. Muchas de aquellas instantáneas, recuperadas como memoria colectiva, son anteriores a la persecución y, cuando las contemplamos, lo que destaca de ellas es la inocencia de aquellos niños y niñas ajenos totalmente a la barbarie que se cernía sobre ellos. Miradas de inocentes, que dan verdadero sentido bíblico a la expresión, ahora que conocemos el destino final al que, irremediablemente, fueron conducidos.
LOS TESTIMONIOS de los supervivientes nos hablan del sufrimiento de los niños abandonados en los campos de tránsito, separados definitivamente de sus padres y deportados en fechas posteriores; de la solidaridad entre las internas para ocultar a los recién nacidos y protegerlos, muchas veces sin éxito, de la crueldad de los SS; de los desgarradores lloros nocturnos como expresión del dolor, del miedo y del hambre; de las condiciones inhumanas de los transportes, como el que a principios de 1945, tuvieron que soportar un grupo de mujeres, con sus hijos recién nacidos en brazos, desde Ravensbruck a Bergen-Belsen, entre las que se encontraba una zaragozana y su hija nacida unas semanas antes y cuyo fallecimiento se produjo pocos días después. Historias transmitidas por el compromiso adquirido de recordar la dignidad de cada una de las víctimas desaparecidas.
Las miradas perdidas de los niños que sobrevivieron al horror de los campos, parecían no entender la nueva situación que les llegaba con la liberación.
En nuestro contexto, la recuperación de la memoria de "nuestras" víctimas infantiles del nazismo nos conduce hacia los adolescentes deportados junto a sus padres en el conocido convoy de Angulema, en el que, casi un millar de civiles --hombres mujeres, ancianos y niños-- sufrieron un traslado caótico, bajo las bombas aliadas, desde la ciudad francesa hasta Mauthausen, adonde llegaron el 24 de agosto de 1940 y en cuya estación se vivió el desgarro de la separación definitiva de familias enteras. Muchachos con apenas catorce años fueron conducidos al campo junto a sus padres, mientras que el resto del convoy regresaba hasta la frontera de España donde fueron abandonados. La mayor parte de aquellos adolescentes sobrevivió, pero muchos conocieron la muerte de sus progenitores durante su deportación.
Hoy son los niños o adolescentes supervivientes, compañeros de aquellos otros asesinados en las cámaras de gas, los que aún conservan la voz y el testimonio para recordar a las víctimas de la deportación y del Holocausto, incorporándolas, definitivamente, a nuestro memoria colectiva. Una tarea en la que no cejaremos quienes hemos asumido, como propio, el compromiso adquirido por los supervivientes en aquella primavera de 1945, cuando se abrieron, definitivamente, todas las puertas de los campos de la muerte.
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