viernes, 25 de enero de 2013

ÁNGELES EN EL INFIERNO

Artículo publicado de nuestro amigo Carlos Serrano en El Heraldo de hoy (25/01/2013) por el mismo motivo: recordar a las víctimas del Holocausto
 
ÁNGELES EN EL INFIERNO 
Carlos Serrano Lacarra

Historiador. Coordinador de actividades de Rolde de Estudios Aragoneses

En 2005, la Asamblea General de la ONU declaró el 27 de enero Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Es una jornada dedicada al recuerdo y a la enseñanza de valores que anulen cualquier atisbo de que hechos como los sucedidos en Europa en los años treinta y cuarenta del pasado siglo, puedan volver a repetirse.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la historia ha sido pródiga en episodios de limpieza étnica, crueldad y odio en múltiples momentos y latitudes. Precisamente por eso, en tiempos en que para algunos la palabra “memoria” es tan incómoda, hacer ejercicio de la misma se antoja todavía más importante.  Amical de Mauthausen y Rolde de Estudios Aragoneses organizan el principal acto de conmemoración en nuestra comunidad autónoma de este Día Internacional. El Palacio de la Aljafería, la sede de las Cortes de Aragón, el lugar donde se deposita la voluntad democrática del pueblo aragonés, albergará esta tarde un acto de emoción, recuerdo y enseñanza.

Cada año, la ONU asigna al Día Internacional una temática. En esta edición la dedicatoria es para quienes, a riesgo de sus propias vidas y las de sus familiares, salvaron a personas del holocausto. Seres humanos que, en lugar de mirar para otro lado, afrontaron el atropello y la injusticia sobre sus semejantes de forma directa. La denominación oficial de este Día, “Rescates durante el Holocausto. El valor de preocuparse” resume ese reconocimiento: la valentía de tomar partido por las víctimas de la barbarie nazi. Esa valentía tuvo múltiples protagonistas y se manifestó de muchas formas y en un sinfín de escenarios. En el interior de los propios campos, en fábricas, en guetos, en ciudades y pueblos... y en embajadas.

Hasta hace unos años, Ángel Sanz Briz (1910-1980) era un desconocido para la mayoría, pese a que sus méritos ya habían sido valorados (el Parlamento de Israel le otorgó el título de Justo de la Humanidad en 1991). Curiosamente, hubo de ser Hollywood -Spielberg y La lista de Schindler- quien abriese esa espita del recuerdo: al gran público fueron llegando noticias de otros schindlers. Entre ellos, este zaragozano cuya gesta ha podido ser posteriormente mejor conocida (una biografía del periodista Diego Carcedo, la miniserie televisiva El ángel de Budapest, etc.), pero cuyo recuerdo sigue siendo pertinente.

Sanz Briz era un joven monárquico conservador, con ascendentes militares, con una brillante carrera diplomática por delante... a quien el destino colocó como encargado de negocios de la legación española en el Budapest ocupado por los nazis. Cuando Europa ardía bajo la bota xenófoba de Hitler y el pasaporte español era un salvavidas para muchos, este testigo de la persecución de inocentes, de quemas de libros, de desapariciones, de muertos en las calles... supo tomar partido. 

Su situación no era fácil. En su interior se debatían las ideas liberales y los principios de adhesión al régimen. De cara al exterior, debía preservar la imagen de neutralidad de un país embarcado en una ambigua no beligerancia: Alemania había apoyado la causa franquista y él no podía jugar con fuego. Pero actuó. Operando al borde de la legalidad y aprovechando el silencio de sus superiores del Ministerio de Asuntos Exteriores, asignó pasaportes temporales a los judíos que tuvieran algún vínculo con España y extendió miles de salvoconductos al resto de solicitantes. Desafiando con buenas formas al gobierno títere de Hungría y a los jerarcas nazis, habilitó viviendas como anexas a la legación, mientras firmaba sin descanso documentos que permitían eludir la deportación.  En 1945, con el ejército soviético a las puertas de Budapest, volvió a España, confiando la suerte de sus protegidos a la legación sueca y a su ayudante, el italiano Giorgio Perlasca. Sus destinos posteriores en San Francisco, Washington, Lima, Berna y, desde 1960, como embajador en Guatemala, Perú, Holanda, Bélgica, China y El Vaticano, completan el itinerario vital de un hombre que salvó seis mil vidas, y que supo atender a leyes más importantes que las de los Estados. Sirva el ejemplo de Sanz Briz como homenaje a todos quienes, en las más terribles circunstancias, supieron sacar lo mejor de sí mismos.

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