A
María la detuvieron en su domicilio y fue trasladada a la prisión
de Toulouse, siendo sometida a interrogatorios, maltratada y golpeada
para que denunciase a los compañeros que formaban el grupo de
resistentes en el que participaban ella y su marido. Por el
testimonio que dio a Neus Catalá, sabemos que permaneció unos
cuatro meses en aquella prisión desde donde fue trasladada a
Romainville (cercanías de París) para ser deportada a Alemania en
un convoy, formado por 51 mujeres, que partió de París el 14 de
junio de 1944.
Este
grupo de resistentes fue conducido en primera instancia al campo de
Neuebremm (Sarrebruck) donde llegaron el mismo día 14 de junio.
Unos días más tarde, el día 23, “Concita” junto a otras 45
compañeras del mismo grupo, fue trasladada a Ravensbruck en unos
vagones de ganado, sin condiciones higiénicas e ingresaron en el
“campo de las mujeres” el día 26. A María le correspondió la
matrícula 43222.
Como
todas las personas que lograron sobrevivir, en la memoria de María
quedaron marcadas para siempre aquellas primeras horas transcurridas
en el campo. En el relato que hizo a Neus Catalá, recordaba cómo la
obligaron a desnudarse y a desprenderse de todo lo que llevaba
encima: La alianza no me la podían sacar y me dijo la
alemana: “Sáquesela con un poco de jabón, porque si no le
cortarán el dedo”. Me dieron un poco de jabón y pude sacarla, y
ya no la he visto más. Cortaban el pelo a las que llevaban piojos,
pero yo no tenía y no me lo cortaron; tengo que decir la verdad de
lo que pasaba, a mí no me cortaron el pelo, porque no tenía
piojos”.
No
permaneció mucho tiempo en Ravensbruck puesto que en el mes de
agosto un numeroso grupo de internas fue trasladada hasta Leipzig, un
kommando dependiente del campo de Buchenwald, donde fueron
destinadas al kommando HASAG, un complejo industrial en el que se
fabricaban obuses destinados a abastecer al ejército alemán.
En
este nuevo destino coincidieron un grupo de ocho españolas y gracias
al testimonio de la superviviente Mercedes Núñez Targa conocemos
cuales fueron los trabajos forzados a las que fueron sometidas, su
incierta situación, así como la camaradería y la solidaridad que
lograron mantener entre ellas y con otros internos. Núñez Targa
recordaba perfectamente a María de quien señalaba su valentía y
sentido del humor, a pesar de las condiciones de esclavismo a las que
eran sometidas: “Nuestra decana, Conchita,
era una baturrica, mujer de unos cuarenta y tantos años, que no
perdía nunca su sonrisa ni el buen humor. Ella y su marido habían
facilitado papeles a la resistencia. Desde muy joven vivía en
Francia, hablaba una pintoresca mezcla de castellano y francés:
“Arrivaron los alemanes, arretaron a mi marí, volaron las pulas y
tuaron el chien. ¡Qué malor!” (Llegaron los alemanes, detuvieron
a mi marido, robaron las gallinas y mataron el perro. ¡Qué
desgracia!)... Nuestra Conchita cantaba jotas como los ángeles y eso
sí que lo hacía en castellano puro y buen aragonés. Era un poco
nuestra madre.
En
este complejo industrial sufrieron penalidades de todo tipo:
inacabables formaciones de revista, golpes, explotación,
hambre,...Durante la primavera de 1945, las internas sabían del
avance de las tropas aliadas por el territorio alemán e intuían
próxima la derrota del nazismo, pero para ellas su futuro personal
era totalmente incierto. Durante la segunda semana de abril, los
vigilantes abandonaron las instalaciones y aquellos hombres y
mujeres, que tanto había sufrido, esperaban expectantes los
acontecimientos: “Cuando los
americanos liberaron el campo... Yo los esperaba todos los días. Los
alemanes se fueron todos. Entonces pusimos un trapo blanco. Los
americanos nos trataron muy bien. Yo les pedía pan. Pan, porque
teníamos mucha hambre. Luego nos montaron en trenes especiales y nos
trajeron a París, al hotel Lutecia, que es donde íbamos a parar
todos los deportados. Yo entonces pedí volver a Toulouse.
Pero
la vuelta a casa de María no fue fácil. Nada sabía de su marido,
se encontraba en la más absoluta pobreza puesto que, al ser
detenida, le habían saqueado la casa, no tenía nada y se veía
obligada a trabajar para poder comer. Poco tiempo después de su
regreso a Toulouse, fue convocada a la alcaldía donde le comunicaron
la muerte de su marido a manos de los alemanes.
Nada
más sabemos de esta compatriota deportada. El contacto que mantuvo
con las supervivientes a lo largo de los años explican el que su
testimonio fuese recogido, décadas más tarde, por Neus Catalá en
su libro “De la Resistencia y la Deportación” lo que nos ha
permitido, junto a los recuerdos de Mercedes Núñez, conocer algo
sobre su identidad y su estancia en los campos hitlerianos.
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