22 de julio, una simple fecha del calendario, pero en este 2016 se cumple el centenario
del nacimiento, en Ejulve, de mi padre Domingo Calvo Terrado. Hijo de
un matrimonio humilde formado por Joaquín Calvo y Manuela Terrado, fue el cuarto de los cinco hijos de mis abuelos que tenían el
domicilio en la casa que hoy disfrutamos en el barrio de San Pedro
junto al Horno Viejo. Niñez y juventud, la de mi padre, en un
entorno rural tradicional donde acudió a la escuela y se fue
incorporando a la vida laboral realizando trabajos como mozo
jornalero contratado por algunas familias para realizar faenas de
temporada. En uno de ellas aprendió el oficio de barbero que
mantendría a lo largo de su vida.
Sus hermanos Pedro
Joaquín y Manuel estuvieron vinculados con los republicanos
ejulvinos que deseaban un cambio político capaz de superar las
viejas estructuras de poder controladas por un reducido grupo de
familas que ejercían el control económico, social e ideológico de
la sociedad ejulvina. Una época llena de esperanzas liberadoras,
pero también de miedos ante los cambios que se vislubraban. Así se
iban definiendo las posiciones ideológicas de unos y otros con
algunos episodios conflictivos: denuncia al alcalde por permitir un
“mitin comunista”, alguna reyerta ideológica y hasta vecinos
amotinados cuestionando la autoridad municipal.,... En este contexto,
los hermanos mayores de mi padre se vieron envueltos en alguno de
ellos, como en el escándalo de faldas entre un sacerdote y una
maestra local y que sacudió a la sociedad ejulvina dividiéndola en
defensores o detractores de las personas implicadas.
Se produjo el golpe de
Estado que desencadenó la Guerra española. Aquel 18 de julio, mi
padre estaba a punto de cumplir sus 20 años y el acontecimiento le
marcó ya para siempre. Sus hermanos se hicieron de la CNT y Pedro
Joaquín formó parte del Comité Local. Todos los hermanos lucharon
en las filas republicans contra el ejército franquista. Mi padre fue
a parar al frente de Madrid de donde volvió con amistades que
perduraron toda la vida, anécdotas, miedos y un tatuaje en el brazo
izquierzo de una joven, cuyo significado nunca nos llegó a explicar,
dejándonos en la incógnita de saber si fue un simple capricho fruto
del aburrimiento en las trincheras de la Ciudad Universitaria o si el
dibujo correspondía a un mujer real.
Acabado el conflicto
bélico, que no el humano y el ideológico. Mi padre permaneció
encerrado en un campo de fútbol madrileño durante varias semanas,
junto a centenares de soldados republicanos. Explicaba que durante
los tres primeros días los pasaron sin recibir alimento alguno,
hasta que los hicieron formar y les dieron una pequeña lata de
sardinas en aceite. Recordaba que aquellas sardinas, al comerlas sin
pan que las acompañase, se deslizaban por la boca y “bajaron
directamente al estómago sin notar el gusto que tenían”. Algún
chusco de pan suplementario, conseguido en la fila gracias a los
“¡Viva la Virgen del Pilar!” que le hizo gritar el oficial
encargado del reparto le ayudaron a pasar aquellas jornadas hasta
que le permitieron volver a casa.
Alguna vez nos explicó
su viaje hasta la ciudad de Teruel y cómo, desde allí, fue
acercándose hacia Ejulve: por la carretera de La Zoma llegó sobre
el medio día y la mujer que lo reconoció le conminó a que se
pusiese detras de ella, “para que no te vean los cabrones que cada
día salen al Pie de la Torre para ver si volvéis alguno del
frente”. Atemorizado se dirigió a casa donde recibió las primeras
noticias de la situación en se hallaba el pueblo desde que había
sido tomado por los nacionales a finales del mes de abril de 1938 y
las circunstancias en las que se encontraban sus hermanos: los dos
mayores estaban detenidos y Pablo su hermano pequeño, de la quinta
del biberón, estaba en un campo de trabajo. Si a ello sumamos que mi
abuela Manuela había fallecido durante la guerra, el panorama era
desolador.
Después de comer se
presentó al Ayuntamiento donde ya lo estaban esperando. Fue recibido
con risas e insultos por las nuevas autoridades y uno de ellos le
dijo “¡Hombre Domingo, ya has venido! Tendrás mucha hambre
atrasada cuando has ido a casa, antes de pasar por el Ayuntamiento”.
Mi padre contestó algo parecido a esto: “no he pasado hambre nunca
hasta que me han detenido y me han tenido varios días sin comer...”.
No tuvo tiempo de acabar la frase, puesto que uno de ellos (¡para
qué recordar su nombre!) de dió una bofetada que a punto estuvo de
tirarle al suelo. Rabia, impotencia y humillación es lo que sintió
mi padre en aquel momento y, con los puños cerrados, un juramento
interno recorrió sus entrañas. De allí fue conducido a una
improvisada prisión en una de las casas de la Plaza, donde
permanecían hacinados un grupo de ejulvinos retornados, como él,
del frente. Sólo la intervención posterior de un militar hizo
entrar en razón a aquellos desalmados que ostentaban la autoridad
local sin ninguna legitimidad, conminándoles a fusilarlos o a
trasladarlos a una prisión que reuniese una mínimas condiciones
peró afirmando, con rotundidad, que no podían continuar en aquella
situación.
Mi padre formó parte del
contingente de soldados republicanos que fueron obligados a repetir
el Servicio Militar. Primero estuvo destinado en Teruel y
posteriormente en Zaragoza. Entre la Guerra y el Servicio estuvo
ocupado, como otros muchos, cinco largos años que consumieron buena
parte de su juventud. Mientras, la maquinaria
represiva del franquismo siguió actuando contra la población
derrotada. Pedro Joaquín fue encarcelado, posteriormente se decretó
su destierro de la provincia de Teruel, no pudiendo regresar a Ejulve
y se instaló en Caspe. Manuel, que había sido detenido en Alicante,
también fue encarcelado y, tras haber sido sometido a un jucio
sumarísimo que nada tuvo de justo e imparcial,acusado de haber
estado a las órdenes del Comité local, fue condenado a muerte. Su
ejecución tuvo lugar el 14 de agosto de 1941 y su asesinato fue uno
más de los miles que se llevaron a cabo, durante aquellos años, por
el nuevo régimen fascista en la capital aragonesa. Mi padre se
encontraba en Zaragoza realizando el servicio militar y esperaba
diariamente la publicación de la lista de fusilados y aquel 14 de
agosto, al comprobar que su hermano había sido ejecutado, sintió
dolor y una rabia immensa, però al mismo tiempo se vió liberado del
temor a ser llamado para participar en el fusilamiento de su propio
hermano.
Cuando regresó a Ejulve
siguieron años de trabajo y de recomponer la vida en medio de aquel
ambiente de posguerra. A principios de 1949 se casaron mis padres y
mi madre, Aurelia Gascón, tuvo que asumir un situación complicada
por la enfermedad en la que cayó mi padre, la muerte de mi abuelo
Joaquín y el nacimiento de mi hermano a finales de 1949.
Dificultades de todo tipo que fueron superadas gracias a que la
familia de mi madre se volcó en su ayuda....
No recuerdo
con exactitud en qué momento de la niñez comencé a tener
conciencia de la propia historia familiar, pero conservo claro el
recuerdo de las conversaciones en la barbería que regentaba mi padre
en una de las sala de nuestra casa y así lo recogí en la
introducción de mi libro “Itinerarios e identidades. Republicanos
aragoneses deportados a los campos nazis”:
Sigo sin comprender
muchas cosas de las que ocurrieron. Personas muy cercanas sufrieron
mucho, la historia personal está llena de silencios, de zonas
oscuras que nadie me ha aclarado, de resentimientos contenidos y
también, de amistades que perduran por encima de los cambios y
enfrentamientos generacionales. Las conversaciones oídas, en la
barbería de mi padre, fueron la primera clase de historia, de
sociología y de política, al final de los años 60. Según quienes
esperaban, sentados en las viejas sillas de anea, se hablaba de la
Guerra que todo lo cambió, de la Guerra que trajo la desgracia a
tantas familias, de la Guerra que expulsó a tantos, de la Guerra de
los muertos, de la Guerra de los vivos, de la Guerra en el frente, de
la Guerra que trabó perdurables lazos de amistad,… La conversación
podía cortarse de repente: alguien se había incorporado al grupo y,
tras unos segundos de silencio, casi sin transición, sin cambiar el
tono ni la intensidad, quizás alzando un poco más la voz, se pasaba
a hablar de la cosecha de cereal, del tiempo que hacía, de los
corderos que tenía “tal o cual”, de lo bien que le iba a
“fulano” desde que se había ido a Barcelona y que “zutano”
se estaba preparando todo para irse a trabajar a la SEAT,…
Mis
padres no tardaron en plantearse emprender un camino similar, mediado
el año 1970 algo empecé a captar y a primeros de
noviembre cerramos la casa y nos fuimos a vivir a Barcelona. No era
consciente de lo que suponía la emigración, ni de las consecuencias
de los cambios que se iban a producir tanto a corto como a largo
palzo. En todo caso si que recuerdo las lágrimas de mi madre al
despedirse de su padre y de sus hermanos: los cuatro estaríamos
juntos de nuevo, peró la distancia física que se iba producir, era
una prueba muy dolorosa a los intensísimos lazos afectivos que
mantenía con su familia en Ejulve. Poco duró la estancia de mi
padre en la Ciudad Condal: el 11 de agosto de 1976, durante sus
vacaciones en Ejulve al que todos regresábamos cada año, un
inesperado infarto acabó con su vida, mientras jugaba una reñida
partida de guiñote con unos de amigos. Acababa de cumplir los 60
años.
Sus
restos, junto a los de mi madre, reposan en el cementerio de Ejulve.
Han pasado ya 40 años de su muerte, permanece aún en el recuerdo
con emoción pero sin dolor y, cuando ya me encuentro próximo a sus
60 años, he querido recordarle, manteniendo su memoria con estas
líneas que comparto a modo de homenaje personal, coincidiendo en el
80 aniversario de la Guerra, el episodio que marcó, de forma
indeleble, la vida de millones de persones y, entre ellas, la
historia personal de mi padre.
Ejulve a 22 de
julio de 2016 a las 15:00, hora que figura en el Registro Civil como
la del nacimiento de Teófilo Domingo Calvo Terrado en aquella fecha
del año 1916.
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