Texto del artículo que publiqué en El
Periódico de Aragón, el pasado 27 de enero, con motivo de la celebración del Dia Internacional
en Memoria de las Víctimas del Holocausto. (Intercalo en el texto algunas fotos actuales tomadas de la red)
LAS VIEJAS POLÍTICAS DEL
MIEDO.
Una parte de la población
civil, entonces y ahora, se organiza en ayuda a los refugiados que
buscan protección
Juan M. Calvo Gascón*.
En varios de los encuentros con jóvenes estudiantes, en los que
habitualmente participa algún miembro de la Amical recordando la
experiencia de los republicanos en los campos de exterminio, ha
surgido el problema de las poblaciones desplazadas en la actualidad,
la de los refugiados que huyen desesperados de la guerra; millones
de personas abandonadas a su suerte dejando atrás sus casas, sus
familias, sus posesiones, sus ilusiones… para lanzarse a la
búsqueda de una deseada seguridad cerca de nosotros, llamando a las
puertas de una Europa que se muestra impotente para dar una respuesta
positiva a su desesperanza. A veces, estos jóvenes que observan la
realidad, inquietos y preocupados, plantean un cierto paralelismo
entre las imágenes que han contemplado, asombrados, en las redes o
en los medios de comunicación en los últimos meses y los
movimientos masivos de población en la década de los años 30 del
pasado siglo, cuando el nazismo y el fascismo se consolidaban y se
extendían por el amplio territorio europeo.
Aunque los contextos y las realidades sean distintos, no les falta
razón al hacerse ese planteamiento. La persecución a los judíos
por los nazis fue paralela al rechazo de numerosos estados a
acogerlos de forma masiva en su territorio. Lo que me lleva a
recordar al Saint Louis, aquel crucero de lujo que, en las
primeras semanas de mayo de 1939, zarpó de Hamburgo, con casi un
millar de judíos alemanes a bordo. Todo fue una estrategia
propagandística nazi para demostrar al mundo que los judíos podían
salir libremente de Alemania. El primer destino de los pasajeros del
Saint Louis era la isla de Cuba, como etapa hacia a EE.UU.,
donde pensaban recalar posteriormente. Huían atemorizados de las
persecuciones a que eran sometidos en la Alemania nazi, pero la
búsqueda de un destino donde rehacer sus vidas se vio truncada por
la burocracia, la corrupción y los miedos de quienes tenían que
haberles dado asilo. En La Habana no pudieron desembarcar, pero
tampoco en EE.UU. ni en Canadá, alegando que ya habían cumplido con
los cupos anuales de emigrantes que podían acoger. El Saint Louis
puso rumbo de vuelta hacia Europa y, en los años siguientes, muchos
de aquellos “errantes del Atlántico”, perseguidos por los nazis,
acabaron deportados y asesinados en las cámaras de gas de los campos
de exterminio.
Pero las imágenes que nos transmiten los medios estas semanas nos
recuerdan, con asombrosa y dolorosa similitud, la epopeya de nuestros
exiliados republicanos durante su retirada hacia Francia, en
aquellas primeras semanas de 1939, huyendo del inminente triunfo
fascista que se había levantado contra el poder legítimo de la
Segunda República: familias ateridas, caminado sobre la nieve,
soportando el viento y las temperaturas bajo cero, que buscaban,
desesperadas, un lugar seguro donde protegerse. Fronteras,
alambradas, policía, y burocracia es lo que se encontraron los
republicanos a su llegada a territorio francés y eso mismo es lo que
encuentran hoy quienes llegan a nuestras fronteras europeas huyendo
de otras guerras, de otras miserias y de otras barbaries: el deseado
cobijo protector, ayer y hoy, se convierte en abandono, desesperación
y humillación.
Las estructuras políticas e institucionales europeas se muestran
impotentes a la machacona e imparable realidad de los refugiados ante
nuestras fronteras, a pesar de las numerosas reuniones del más alto
nivel, y son incapaces de diseñar e implementar medidas eficaces de
acogida que resuelvan dignamente –como es su obligación- la
dramática situación de estos nuevos desheredados. Y lo que es peor,
resurgen aquí y allá las viejas políticas del miedo ante quienes
nos piden asilo, protección y un poco de dignidad.
Políticas que ya hemos experimentado en el patio europeo, que
sabemos sobradamente a qué nos conducen y en qué se basan: en el
enrocamiento en lo propio, en la supuesta seguridad que nos otorgan
los “valores” exclusivos e inmutables y en el rechazo de todo lo
que pueda ser diferente a lo comúnmente aceptado, como norma
general, por los “nacionales” a quienes corresponden,
exclusivamente, todos los derechos. Pero afortunadamente son muchos
en la población civil que, entonces y ahora, deciden no estar
callados y se organizan para ayudar. Hoy, sin ir más lejos, en el
corazón de esta Europa desconcertada, en el viejo y dolorido París,
Michel y Marie -amigos docentes ya jubilados- siguen haciendo música
contra la barbarie moderna y no cejan en su lucha personal, junto a
los colectivos organizados de los barrios más deprimidos, por
defender los derechos básicos de quienes todo lo perdieron, de
quienes nada tienen que perder. Una lucha cotidiana y desigual,
heredera de la que llevaron a cabo los resistentes de antaño contra
el nazismo, quienes, cuando les tocó dar la cara, no reblaron ante
el enemigo, aparentemente invencible, que tenían ante sí. Aquellos
ciudadanos resistentes han de servirnos como ejemplo para conquistar
espacios de dignidad solidaria con quienes - ayer, hoy y mañana-
siguen pidiéndonos ayuda desesperadamente.
* Historiador, Amical de Mauthausen
Esta tarde a las 19,30 horas, el palacio de La Aljafería acoge el
acto central en Aragón del Día Internacional en Memoria de las
Víctimas del Holocausto, instituido por Naciones Unidas.
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