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Melchora
Herrero Ayora había nacido, “accidentalmente”, en la masada “Nogueruelas” de Villarluengo,
donde vivían sus abuelos y a lo largo de su vida escribió varias obras literarias durante las primeras
décadas del siglo XX. Con motivo del 400 aniversario del hallazgo de la Virgen
de Montsanto de Villarluengo, en agosto de 1922, se desplazó desde Madrid, hasta
su villa natal al haber sido invitada a participar en la conmemoración.
Posteriormente dejó escritas sus impresiones de aquella estancia estival en el
libro "Mi Patria chica. Recuerdo del IV centenario de la aparición de
Nuestra Señora de Monte Santo en Villarluengo”. Pues bien, las primeras páginas
(10,11 y 12) las dedica a describir su llegada a la Venta de la Pintada y su
trayecto por la carretera que se acababa de abrir hasta Villarluengo, unas
líneas que transcribimos a continuación:
Quedóse a un lado el plan de ir a París, Ávila
y Santander por saludar estas queridas y santas montañas.
¡Madrid-Puebla de Híjar-Alcañiz-Alcorisa-Venta
de la Pintada-Ejulve-Masía de las Monjas-Molino de las
Herrerías-Fábricas-Villarluengo! Este itinerario es el tantos años recorrido
con toda serie de incomodidades, hasta que el auto sustituyó a la diligencia y
la tartana a la caballería después de terminada la carretera... hasta
Villarluengo, la cual ha de prolongarse por La Cañada de Benatanduz a
Cantavieja.
Con la consabida tartana nos esperaban ya
como otras veces, desde casa, cuando bajamos del auto en la famosa y mísera
venta de la Pintada, casa de labranza más que hospitalaria mansión en cuyas
entradas y calles se detienen los viajeros para reconfortarse con sus propias
viandas, ya que allí poco más que agua y techado puede encontrarse.
Eran las dos de la tarde cuando llegamos,
y prosiguiendo la marcha, aquella noche a las ocho o las nueve cenaríamos en
casa. Un airecillo serrano, puro y fresquito nos invitaba a la expedición.
Instaladas en la tartana, llegamos a
Ejulve dispuestas a seguir pacientemente sobre el lento rodar por los
serpenteos de la estrecha carretera. Unos piadosos amigos que indagaron sobre
nuestro viaje el cual yo no comuniqué más que a mi familia, descubrieron el
incógnito, y... ¡oh sorpresa! nos salieron al encuentro mandándonos un emisario
a la entrada del pueblo desde el campo donde hacían estudios sobre caminos
vecinales y carreteras.
El mensajero cariñoso era un simpático y
futuro ingeniero joven, talentudo y estudioso, Alfonso Fernán, hijo de uno de
los amigos que nos brindó el cambio de la tartana por un magnífico automóvil
para evitarnos las molestias que nos faltaban todavía.
¿Quién duda de la elección? ¿Quién no
acepta una oferta que yo sabía era sincera?
Abandonamos la tartana de un salto, siguió
ésta con los equipajes y, como nos sobraba tiempo para ir a casa aquella tarde,
puesto que el auto llegaría con más rapidez, mientras terminaban nuestros
piadosos amigos los trabajos de estudio de aquel día, nos detuvimos en Ejulve;
vino el maestro a saludarnos, hablamos de aquellas escuelas y adquirí también
noticias sobre el interés que se tomaba por ellas y por todo el distrito su
diputado D. Carlos Castel.
Llegó la hora de utilizar el auto. Se
incorporaron en las afueras entre saludos y agasajos nuestros buenos amigos D.
Maximino Fernández y D. Vicente Raga, y se deslizó hora y pico amenamente
hablando de política y obras públicas, de las buenas gestiones del ingeniero D.
José Torán, como alcalde de Teruel, de D. Fernando Hué y D. Bartolomé Estevan,
esperanzados en estos ingenieros y en D. Carlos para la travesía de Villarluengo,
y en Sánchez Toca, como diputado a cuyo distrito corresponde lo restante, para
que en breve se subasten nuevamente los trozos que faltan de carretera hasta
enlazar con Cantavieja y poner en
comunicación este rincón aislado con el reino de Valencia.
Y me reconcilié con aquellos rudos
trayectos que. apareciendo con toda su variada hermosura, modeladas las rocas
por los serpenteos de la intrépida carretera, y recordando paisajes de Suiza,
al atravesar las fábricas y sus montañas. Llegamos a Villarluengo, que me
parecía más pintoresco y grato en su nuevo aspecto al poder abordarle con más
facilidad, hacerle más accesible.
La bocina, al apearnos, atrajo la
concurrencia y saludos a la puerta de casa.
A
lo largo de la narración, Melchora Herrero dejó constancia detallada de la
preparación y de las actividades que rodearon la fiesta del IV Centenario, de
la tradición sobre el hallazgo de la Virgen en 1522, de la fundación del
convento de Monte Santo y de la llegada de las monjas, … Se preocupó también
por dejar constancia de otros aspectos vividos durante aquellos meses de verano
en Villarluengo: pinceladas de la vida tradicional y descripciones de los
paisajes que le recuerdan los años de su niñez, dejando en algún párrafo la
esperanza en el desarrollo que podría aportar la carretera que se estaba
construyendo:
De todo el paisaje sólo nos habla de actualidad la nueva carretera,
que aun ha de prolongarse por La Cañada a Cantavieja, buscando enlace con el
reino de Valencia. Ella es la única esperanza de transformación que ofrece este
rincón estático, de rara poesía por su rústica belleza (p. 88).
Al llegar la despedida, ya en el mes de septiembre, la autora
vuelve a describir algún detalle sobre su salida de Villarluengo hasta la
incorporación a la vorágine civilizatoria una vez superado el trayecto que la
condujo hasta La Pintada:
Iba ya de veras nuestra partida.
Procuramos abreviar la despedida que bastante más allá de las afueras del pueblo
nos hicieron la familia y numerosos amigos,y tras las palabras de afecto sincero
desaparecimos, agitando los pañuelos, dentro de la tartana, mientras lentamente
se deslizaba por las revueltas de la carretera. ¡Adiós, patria amada, donde cada rincón,
cada peña y hasta cada planta olorosa encierra un tierno arrullo de la infancia;
donde las rocas son retablos de altares en este templo de mis mayores, cuyas cumbres
forman ábsides, torreones en el alcázar, en la fortaleza del sentimiento!
Guardamos silencio bastante tiempo.
Nuestro cuñado Enrique, que nos acompaña, nos hace más confortable la tartana con
buenas mantas de viaje, y continúa nuestro silencio. El paisaje es lo que, con
su variada belleza, nos distrae, y la llegada a la fuente del bosque donde
queríamos llenar el termo de aquel manantial tan cristalino rompe nuestro
mutismo.
La
tía Antonia y María, nuestra prima, han visto desde su casa, de la fábrica,
bajar la tartana y salen a nuestro encuentro a decirnos adiós otra vez. Al
llegar a los Órganos de Montoro, aquellas desiguales canteras que semejan
flautas, aquellas rochas interminables, como también el Barranco de los Degollados,
célebre por la guerra carlista, y otros sitios que pensábamos fotografiar, y
que vemos o recordamos, nos hacen, con su belleza, lamentar una vez más la interrupción
que la huelga de Correos hizo sufrir a nuestra labor fotográfica al no recibir
los últimos carretes que pedimos.
Y entre subidas y bajadas por aquellas
cumbres escabrosas salpicadas de pinos, de bojes, romeros y encinas, llegamos
al- término de Ejulve, cuyas lomas están completamente embalsamadas del perfume
que exhalan millares de espliegos, los que una industria desconocida por
aquellas gentes ofrecía el espectáculo de unas calderas o alambiques para
extraer la esencia que de las cargas de espliego obtenían en el mismo campo,
unos forasteros llegados poco ha sin explicar el misterio de su empresa.
Mujeres y niños, por mísero precio, arrancaban flores de espliego como pudieran
ir a segar y sin saber los secretos de aque lla asaltadora industria.
Se hizo la noche y pernoctamos en
Ejulve en casa de un amigo de mi cuñado, Eusebio Mormeneo, el que con su señora
nos agasajó esmeradamente.
Y, ¿para qué ser más extensa? Me parece
que aquí da fin la intimidad, y que, al incorporarnos en la Venta al auto, en
Alcañiz al pequeño tren y en la Puebla al correo de Madrid, nos confundimos ya
en el gran torrente; somos como los arroyuelos que bajan a las cañadas para unirse
a los grandes ríos, como afluentes que se diluyen en el avasallador caudal que afluye
a la Corte, mar inmenso en donde se agita la vida y donde se aquilatan en la
lucha el mérito y las virtudes.
Melchora Herrero es presentada en la portada del libro como “Profesora
de Término de la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer, Profesora especial
de la Escuela de Altos Estudios Mercantiles en la Sección Femenina de
Vulgarización. Autora de varias obras para las mujeres y los niños y periodista”. Se puede descargar en http://www.bne.es/es/Inicio/
Ver: José Serafín ALDECOA CALVO,
Turolenses contemporáneos. Gobierno de Aragón, 2017.